jueves, 26 de enero de 2017

Porno

A Miguel Morea, quien, como yo, se está quitando. (Dice).
A Eduardo Almalé, que lo sabe todo sobre Miralles y lo
tiene casi todo, y me ha confesado que este no lo tiene.


He encontrado este mamotreto de segunda mano y muy bien de precio. Y me lo he comprado.


¿Por qué lo he hecho? No lo sé. No lo he podido evitar. Es una droga. Hago lo que puedo por dejarla, y a veces consigo estar una temporada limpio, pero siempre recaigo. Siempre acabo picando otra vez.
¿Por qué compro estas mierdas? No lo sé. No me hacen más que daño. Las hojeo con envidia, con rabia, con desesperación. Sé que nunca seré invitado a esos paraísos. Las hojeo como se hojea una revista pornográfica: Fantaseo, imagino, me excito, me creo que yo... Lo mismo. Un mirón; un maldito mirón; un estúpido mirón frustrado que no ha sido invitado a la fiesta.
Hojear ese tipo de libros no me ayuda en nada a hacerles a mis clientes las casas "bonitas" que ellos me piden. ¿Qué voy a hacer? ¿Inspirarme en algunos de esos mágicos diseños para hacer croquis imitativos por ver si cuelan? Lo he hecho muchas veces y nunca han colado. ¿Enseñar directamente esos libros a mis clientes? También lo he hecho a menudo y han puesto el grito en el cielo.
Lo que quieren ya me lo sé, me lo sé de sobra, y para darles gusto no necesito más que una plantilla de arcos carpaneles, que por otra parte no me hace falta porque también me la sé.
Los edificios que me ha sido dado y me será dado hacer no se nutren en nada de mi estupenda biblioteca. Sigo desgravándome las compras de estos libros, pero ningún subinspector de hacienda se tragaría que son un gasto profesional, que sirven en algo a mi desempeño como arquitecto. Sólo debería desgravarme el Cien modelos de chalets y el Proyectos de casas del CCC o del CEAC. Todo lo demás es vanitas vanitatis y pornografía.

domingo, 22 de enero de 2017

Bonito

Bonito,
todo me parece bonito.
Bonita mañana,
bonito lugar,
bonita la cama,
qué bien se ve el mar.
Bonito es el día
que acaba de empezar.
Bonita la vida.
Respira, respira, respira.

Bonito. Jarabe de Palo


Un grupo de amigos virtuales, frikis de la arquitectura, alimentamos un hastag en twitter que se llama #100x100masterhouses y que atendemos los sábados de una manera muy sencilla: Quien quiere usa esa etiqueta, pone cuatro imágenes de una casa (las que admite twitter), etiqueta a diez tuiteros como máximo (los que permite twitter) y la cuelga.
El sábado pasado el compañero Peter (@Speedmaster72) subió estas cuatro fotos:





Y escribió: "Leavengood House (St. Petesburg Florida 1950/51), by Ralph Twitchell & Paul Rudolph. #100x100masterhouses".


Como suele ocurrir en estos casos, algunos de quienes lo vieron lo comentaron, otros lo "retuitearon", lo "favoritearon", etcétera. Todo sirva para mantener enhiesto el pabellón y para celebrar la arquitectura a cada rato y con cualquier excusa, que hay muchas y muy valiosas.
Una tuitera no arquitecta (y por lo tanto no perteneciente a este cansino colectivo nuestro) opinó: "una casa fea". Naturalmente, con esa nítida afirmación revolvió el gallinero, y ante la consternación de los defensores insistió: "¿Dónde está lo bonito?"
Para qué queremos más. Como un solo hombre, los frikiarquitectos nos envolvimos en los mantos rituales y saltamos a la carga.
Pero yo me quedo pensando en la frase: "¿Dónde está lo bonito?"
Y me pregunto dos cosas: 1.- "¿Es bonita esta casa?" 2.- "¿Es necesario, o siquiera conveniente, que las casas sean bonitas?"

Ayer, más o menos cuando el amigo @Speedmaster72 estaba colgando esas fotos en twitter, yo me estaba comiendo unas patatas al ajillo de escándalo. Son unas patatas cortadas en rodajas planas, fritas en sartén con buen aceite de oliva, y aromatizadas con un mejunje de ajo, vinagre y perejil bien macerado en el almirez. Es un plato que me vuelve loco. Es la cosa más tonta del mundo, muy sencilla y barata, pero la antepongo a los jardines colgantes de Babilonia y a todos los campos de algodón de Louisiana.
El aspecto del contenido de la sartén es un pegote, una costra.
¿Es eso "bonito"? No. No es nada bonito. Es una especie de plasta, ya digo, pero ay de quien pase por este triste mundo sin haberla probado. Se pierde una de las razones por las que merece la pena vivir.
Bonito.
No es nada bonito. ¿Dónde está lo bonito? ¿Y por qué tendría que ser bonito?
Si la humilde pero gloriosa sartenaca de patatas al ajillo no es nada bonita, ¿por qué tendría que serlo una casa?

martes, 17 de enero de 2017

Cuatro ventanas

Adolf Loos (1870-1933) fue un arquitecto a caballo. Nacido una generación después que Otto Wagner (1841-1918), y casi una antes que los modernos, pero perteneciente a la misma que Joseph Maria Olbrich (1867-1908), Joseph Hoffmann (1870-1956) y los grandes arquitectos de aquella fascinante  y decadente época de la Secesión de Viena, dejó pasar aquella brillante oportunidad de engancharse a los últimos coletazos de la Belle Époque pensando probablemente y con gran lucidez que si ya el viejo Wagner era un bello epitafio de tantas cosas (1) esa Sezession era el epitafio de sí misma.
Arquitecto de frontera, de final de un ciclo sin que aún naciera otro, de terrenos pantanosos y tierras movedizas, se irguió como un gran innovador, como una figura respetabilísima, casi heroica en muchos aspectos.

Adolf Loos. American Bar. Viena. 1908

En sus primeras obras vemos aún el regusto final del decorativismo del Art Nouveau, pero el mismo año que construye el American Bar de Viena publica su famosísimo artículo "Ornamento y delito".
Busca una arquitectura limpia, desnuda, carente de adornos innecesarios (que hasta el momento eran los que la dotaban de encanto) y se adentra en un camino que en muchos aspectos, ya lo hemos dicho, se nos antoja heroico. (Hay que ponerse en la época y en el ambiente).

Adolf Loos. Casa Steiner. Viena. 1910

La Secesión vienesa había alcanzado unas cotas de belleza insuperables. Es una delicia. Su propio pabellón, de Olbrich, con frescos de Gustav Klimt, es una preciosidad, una golosina.
Adolf Loos hace algo muy difícil: pensar (en una época tan temprana) que esa belleza no es el ideal de la arquitectura, que esa no es la razón de la arquitectura; que la arquitectura no debe ser una golosina, ni un bollito, ni nada parecido.
Teniendo ya a su servicio y a su disposición todo aquel arsenal bellísimo dispuesto para ser usado, Loos renuncia a él y se aplica con dureza monacal y con obstinación a hacer casas muy desnudas, demasiado desnudas para la época, intolerablemente desnudas. (2)
Antes de que el Movimiento Moderno cuaje él se nos muestra como un pionero, como un premoderno.

Loos. Casa Tristan Tzara. París. 1925

sábado, 14 de enero de 2017

Y coda

Ayer mismo escribí una entrada en este blog con un tono sarcástico y seguramente más estúpido de lo aconsejable, pero es que, comprendedme, ya estaba cansado de mesarme los cabellos, de indignarme, de rabiar y de gritar. ¿Para qué? ¿Qué más da todo?
El caso es que, como imaginaba, lo que escribí en tono de burla mucha gente lo piensa en serio.
Varios periódicos han dado la noticia de la ignominia, y, como todos ellos en sus ediciones digitales tienen abierta la posibilidad de que cualquier lector pueda opinar, aquello se ha puesto perdidito de opiniones.
Opiniones indignadas porque a los arquitectos nos gusten mierdas como la felizmente derribada y no nos gusten las casas buenas y bonitas de verdad como la que se está terminando de construir. Siempre lo mismo. No basta ya con la ignorancia, sino que hay un cabreo exaltado, un odio a quienes hemos consagrado nuestra vida a la arquitectura, porque actuamos como si conociéramos un arcano que a ellos les estuviera vedado y por ello nos sintiéramos superiores. (Y, por supuesto, no piensan hacer nada por estudiar, por escuchar, por aprender...)
-¡A mí ningún chulo me va a decir lo que está bien y lo que está mal!
Bueno, pues yo voy a osar decir un par de cosas.
Ya he dicho varias veces que todo es opinable, y que todo el mundo tiene derecho a opinar, pero que no todas las opiniones son respetables.
Esto en otros campos se entiende muy bien: Yo, que no sé exactamente por dónde queda el hígado, ni siquiera aproximadamente por dónde el páncreas, ni para qué sirven, puedo criticar la desobstrucción del colédoco que le han hecho a mi tío Recesvinto, puedo hablar -con un palillo entre los dientes- de la disparatada pancreatectomía parcial que le han practicado a mi colega Triboniano y puedo incluso proclamar que lo que tenían que haber hecho ambos era dejarse de médicos y tomar mucho zumo de limón. El zumo de limón es buenísimo. Y la homeopatía.
Pues sí. Pues estas cosas se dicen y ya está. Y no pasa nada. Todos sabemos de todo y todos opinamos de todo.
Lejos de mí pedir, sugerir siquiera, que quien no sepa no opine. Tan sólo opino -opinar es libre, ya digo- que quien opina de algo sin tener ni idea, sin haberse parado a pensar sobre ello, sin tener ninguna referencia ni ningún criterio salvo el de la ciencia infusa, es un bocachancla y un mascachapas. Pero, claro, esto es sólo una opinión mía.

Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, o chorro,
generoso o estafador.
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro
que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón,
los ignorantes nos han igualao.

viernes, 13 de enero de 2017

Brotes verdes

Por fin. Por fin se ven los brotes verdes.
Estábamos todos muy preocupados porque el parque actual de viviendas (muchas de ellas obsoletas) colapsaba y paralizaba la construcción de otras nuevas (más modernas, eficientes y confortables) y ayer toda la profesión se ha visto sacudida por un notición, tal vez anecdótico e incluso insignificante en sí, pero que nos ha dado esperanza y nos ha animado y alegrado a todos.

Una persona con criterio ha heredado esta casa:




¿Será nuestro protagonista ese niño que se asoma a la ventana? 





Una casa de los años 1970s, viejuna, rancia, bajita, con unas ventanas que no coinciden unas con otras (con lo bonito que es eso), una casa que por no tener no tiene ni tejado, una casa que no cumple el CTE, ni el JÓDETE, ni el YAVESTÚ, una casa que tal vez estuviera aceptablemente bien cuando se construyó (que yo creo que ni eso), pero que desde luego ahora estaba desfasada y rancia.

lunes, 9 de enero de 2017

Libros, rastros, vida

Hace unos días me he comprado en todocolección un libro sobre Oteiza.


De Oteiza y sobre Oteiza tengo bastantes libros, pero me parece que este aporta algo nuevo, algo poco desarrollado en otros. Vamos, que tengo mucha curiosidad por leerlo.
(También, todo hay que decirlo, el libro es de segunda mano y estaba a un precio muy barato).
Como todo lector, tengo en casa decenas de libros sin leer. (Bueno: más del centenar). Ya sé que muchos no los leeré jamás. Pero en la lista preferente, libros que tengo que leer urgentemente, tengo doce. Ocho de ellos son tochacos. Pues sigo comprando. Algunos de los que compro se cuelan en la lista de espera y pasan a preferentes; son maleducados y entran dando codazos. Otros, más prudentes, se ponen a la cola. Repito que ya sé que muchos de ellos no los leeré jamás, pero sigo comprando. Es tan dulce comprar un libro... Es una medicina tan placentera...

Los libros nuevos están vírgenes, esperando que un lector los estrene, los descubra, incluso tal vez los haga descubrirse a sí mismos. Los libros nuevos son sólo un puñado de hojas de papel y unas manchas de tinta hasta que alguien los descifra por primera vez, los hace vivir.
Por el contrario, los libros viejos encierran varias historias: la que escribió el autor, ya acaso descifrada, y la de sus propias aventuras, con sus éxitos y sus fracasos, sus idas y venidas, sus errabundeos.
Por lo que veo en la portada, este ejemplar que acabo de comprar fue propiedad de Gotzone, que lo adquirió (por compra, trueque o regalo) en Algorta en el año 1993.


(Por cierto, queridos lectores: ¿Conocéis a alguna Gotzone de Algorta que pudiera ser aquella propietaria? Si tenéis alguna candidata, o sospechosa, decídmelo, por favor).