miércoles, 27 de mayo de 2015

Mentiras, mentiras y mentiras

Acabo de escribir sobre la mentira del helecho y quería cambiar de tema, pero la actualidad no me deja.
Estos días asisto harto y aburrido a tres nuevas barbaridades antiarquitectónicas y antiéticas de las que tanto proliferan.

1.- Primero nos enteramos de que en el último momento de su mandato, y de una manera vergonzosa y vergonzante, la alcaldesa saliente de Madrid ha aprobado el mierdaproyecto de museo del que hablamos hace poco. No insistiré. Se veía venir, y en el último segundo no ocurrió un milagro de sensatez. ¿Para qué? ¿Por qué iba a ocurrir?

2.- Casi al mismo tiempo me entero de que una empresa francesa pretende construir en Madrid-Río un centro comercial de nada, de sólo 130.000 metros cuadrados (¡CIENTO TREINTA MIL METROS CUADRADOS! ¡SEISCIENTAS UNA Y MEDIA PISTAS DE CURLING!), y, gracias a una filigrana legal vergonzosa, podrá hacerlo sin licencia.

Infografía de la nueva mpeup

Si usted quiere cambiar los azulejos del baño, remozar el portal de su casa o cerrar un balcón le caerá encima todo el aparato legal y burocrático, que pondrá a prueba su paciencia hasta límites insospechados de tocapelotismo. Le restregarán mil normas por las narices, le impondrán un procedimiento kafkiano y al final, si consigue realizar la obra, usted habrá quedado flaco y macilento, sus ojos habrán perdido todo el brillo y su cara estará llena de arrugas cenicientas y fláccidas. (Es una experiencia inolvidable, durísima).
Pero el promotor de esta barbaridad, en la que van a entrar a diario miles y miles de personas, no va a soportar ni una sola inspección, ni se le va a chequear siquiera su proyecto. (¿Medidas de accesibilidad? ¿Medidas de protección contra incendios? ¿Ventilación?). Nada.
Bastará con que el interesado haga una "declaración responsable" (me meo) jurando por Snoopy que cumple toda la legislación. Y ya está. A él se le cree. Se le presupone buena fe, responsabilidad, veracidad y honor. Y no se le molesta.
Pero a usted no se le presupone nada de eso, sino justo lo contrario. Usted es un presunto, y cuando dice que quiere cambiar los azulejos del baño debe de ser por algún motivo oscuro e inconfesable. ¡Ay de usted! Le va a caer todo lo caíble.
Por añadidura, como no podía ser de otra manera, el edificio que quieren perpetrar es una mpeup. Un vago aire post-barroco neo-clásico, con un arco muy francés en la entrada. Pilastras, balaustradas, zócalos, cornisas... Lo de siempre.
¿Para esto se han endeudado hasta las trancas los madrileños, sus hijos, sus nietos, sus biznietos...? ¿Para soterrar la M30 y dejar así un fantástico río, con parque, paseos y la biblia en verso? ¿O para que venga esta empresa y se lo lleve crudo sin más?
"Es que va a generar muchos puestos de trabajo". Ah, sí; lo de siempre. ¡Ja! Los malditos puestos de trabajo, tan falsos y tan infames como la mierdarquitectura del centro comercial. Doce horas diarias de trabajo, más sábados y domingos, por contratos de tres meses a lo sumo, por cuatrocientos o quinientos euros al mes. Y patada en el culo cuando quiera el honrado empresario (en cuya palabra y buenas intenciones cree el ayuntamiento a pie juntillas). No sea que el infame trabajador acabe adquiriendo derechos laborales. (¡Derechos no! ¡Cargas! ¡Cargas a costa del honrado empresario y del justísimo sistema!).
Alguien se tiene que llevar una buena carretilla de todo esto. Si no no se explica.
¿Y nosotros? ¿Cómo consentimos estas cosas? Se me dirá que no podemos hacer nada, que son los mandatarios quienes hacen estas barbaridades, y que a nosotros sólo se nos deja votar cada cuatro años, y que si votamos a otros harán cosas parecidas.
No es cierto. Podemos hacer mucho más, además de votar, y no cada cuatro años, sino día a día: Podemos no ir.
Los ciudadanos somos los que mandamos. Con no ir a esos sitios el problema se resolvería, o, al menos, no se repetiría. Pero en el museo habrá el suficiente pijerío y la suficiente tontería como para que al final nos animemos a ir para escuchar la conferencia de algún impresentable o ver la exposición temporal de algún petardo, y en el centro comercial habrá unas botas de fútbol muy buenas y muy baratas que nuestros hijos querrán que les compremos (y ya aprovecharemos para comprarnos una tableta, un esmarfón o un porculizador sexual; o alguna chorrada del tipo que sea. Del que sea. Es igual. Todo es igual).
Al final, y puesto que vivimos en una sociedad de consumo, la culpa es nuestra, pues somos los consumidores y los que mandamos. Con no ir, problema resuelto. Con mandar de una maldita vez, asunto concluido.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Helecho, dime que me quieres

He estado en el mercado, y he comprado en esta carnicería:


El puesto está bastante bien: es variado y está organizado y mostrado con limpieza y esmero. Incluso el carnicero se toma la molestia de colocar entre las piezas de carne unos helechos que sugieren frescura y le dan como un aroma...
Pero al fijarme un poco mejor, al mirar una pieza para pedir, me he dado cuenta inmediatamente de que los helechos...

Detalle de la fotografía anterior

¡Son de plástico! ¡Son de mentira! Son unos arbolitos de plástico verde pinchados sobre una peana corrida de plástico incoloro.

Detalle de la fotografía anterior

La pescadería de enfrente tiene los helechos de plástico de otro tipo, más planos y grandes, como abanicos, y tumbados entre los pescados, sobre el hielo.
Son trucos que no engañan a nadie (o que engañan durante dos segundos), mentiras blancas, inocentes. Pero día a día, cuando montan sus puestos, el carnicero y el pescadero emplean un rato en poner los helechos para alegrar la presentación y para que la gente (que no queda engañada en absoluto) se sienta más a gusto y compre más.
Los políticos también nos cuentan mentiras que no creemos, y que ellos saben que no creemos, pero los seguimos votando, y las casas exhiben también engaños ingenuos que no se traga nadie, pero no por ello se van erradicando. Al revés: gozan de muy buena salud y cada día hay más.

viernes, 15 de mayo de 2015

Escaleras, funciones oblicuas y viajes interdimensionales

Dedicado a Alfredo Aviñó: @alfavino

La mayoría de edificios que habitamos y que concebimos son ortogonales: El plano horizontal es el ámbito habitable, y a su vez varios ámbitos habitables se apilan en vertical. Todo ello está causado por la gravedad. Es así de sencillo y no hay muchas más vueltas que darle: La gravedad hace que podamos habitar planos horizontales con comodidad, y que las columnas y muros que soportan el peso de colocar unos planos sobre otros trabajen en vertical, transmitiendo las cargas hasta el suelo.

Claude Parent y Paul Virilio, Les inclisites, 1968
Maqueta de madera

Los arquitectos Claude Parent y Paul Virilio, conscientes de esta dictadura de la ortogonalidad, buscaron una nueva expresión espacial para el tiempo actual (años 1960s), y acuñaron el término de función oblicua. Para ellos, esa oblicuidad podría ser el signo de nuestra época.
La oblicuidad habla de la inestabilidad, liga los espacios de forma dinámica y obliga al usuario a replantearse las cosas, a re-habitar el espacio, a vivir en el filo... y a andar con cuidado.
La función oblicua se queda en el terreno teórico, puesto que es muy difícil llevarla a la práctica de forma extensa y generalizada. De su brillante propuesta nos queda una colección de dibujos y maquetas y unos pocos (muy pocos) y fascinantes espacios realizados.

Tal vez otro día hablemos aquí de la obra de Parent y Virilio y de la función oblicua, pero lo que hoy quisiera señalar es que en nuestros espacios ortogonales cotidianos, por más anodinos que sean, siempre hay una función oblicua que se escapa, que va a su bola y que pertenece a otra realidad: la escalera.

Mi amigo virtual (ya está bien de ser virtual: A ver cuándo nos damos un abrazo y nos tomamos unas cervezas) Alfredo Aviñó García, tiene un "tablero" en Pinterest dedicado a las escaleras, donde hay algunas fantásticas. (Clicad aquí). Muchos otros arquitectos cuelgan en twitter y en facebook fotografías de escaleras. ¿Qué tienen las escaleras que nos llaman tanto la atención?
Pues que para unir planos horizontales superpuestos utilizan la función oblicua. Esto hace que se salgan del sistema para volver a él, que utilicen una dimensión diferente, como ocurría en la Planilandia de Edwin Abbott, y que generen magia.

Carl Sagan explica la Planilandia de Edwin Abbott

(Bueno, tal vez con este vídeo me he pasado un poco, pero es que está tan bien... Yo sólo quería decir que la humilde escalera, con su función oblicua, salta de un plano horizontal a otro, y nos da el mismo susto que le dio la manzana al cuadrado).

sábado, 9 de mayo de 2015

Fernando Galindo


En esa obra maestra escrita por Rafael J. Salvia, Pedro Masó y Vicente Coello y dirigida por José María Forqué que es Atraco a las tres uno de los personajes se desvive por una cliente muy atractiva.


El personaje es Fernando Galindo, encarnado por José Luis López Vázquez. Es un probo empleado de banca (que está harto de ser probo), que vive en un ambiente paleto y sueña con más, con mucho más.
De entre la clientela habitual y aburrida de esa sucursal habitual y aburrida destaca una mujer fascinante. Cada vez que entra por la puerta, Fernando Galindo se tira a sus pies declarando: "Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo".


Ese ha sido mi grito de guerra durante años ante mis clientes.
Bueno, no me atrevía a decírselo a la cara, pero cada vez que me despedía de ellos lo decía mentalmente para mí (y a veces en voz alta cuando no me oían): "José Ramón Hernández, un admirador, un amigo, un esclavo un siervo", degustando la primera sílaba de sieerrr-vo, casi balando ovejilmente.
En el servilismo del Fernando Galindo de la película había un claro componente sexual. En mi caso era algo puramente comercial.
Ya lo he contado más veces, y supongo que lo volveré a contar otras cuantas: Los arquitectos necesitamos a nuestros clientes. Trabajamos para ellos, cumpliendo sus encargos lo mejor que podemos.
Vaya por delante mi gratitud y mi simpatía por todos mis clientes: Ellos no tenían por qué estar formados en diseño arquitectónico, ni especialmente sensibilizados por él, pero yo sí. Confiaron en mí. Y yo debería haberles ayudado más de lo que lo hice. Yo tenía que haberles dado la mejor arquitectura de que hubiera sido capaz. Es cierto que la mayoría me lo ponían muy difícil, anclados en prejuicios muy profundos y completamente antiarquitectónicos, pero a pesar de todo siento que lo podría haber hecho mucho mejor.