viernes, 26 de septiembre de 2014

Gatos, liebres y monstruos

(Nota previa.- Una vez le preguntaron a Antonio Mingote qué pensaba de los franceses, y contestó: "No lo sé. No los conozco a todos". Desde entonces ese ha sido mi lema. No obstante, en esta entrada me permito generalizar y hablar de "los arquitectos" y de "los ingenieros". Lo hago siguiendo el perfil típico de nuestra formación, y su muy diferente enfoque, sin perjuicio de que muchísimos arquitectos tengan las virtudes y los defectos que achaco aquí a los ingenieros, y viceversa. Lamento la generalización. Espero que sirva para algo: para perfilar una idea o una sensación. Y nada más).


Decía Alejandro de la Sota que el arquitecto siempre da liebre por gato. ¿Qué quiere decir esto? Pues que, frente a los estafadores que dan de comer al confiado cliente un estofado de gato (bicho culinariamente despreciable) haciéndolo pasar por exquisita liebre, los arquitectos hacemos lo contrario. No somos capaces de dar gato.

Fotograma de la película Ay, Carmela

Muy bien. ¿Pero qué pasa cuando el cliente lo que quiere de verdad es gato? Pues que le damos liebre de todas formas. Quiera o no quiera. Nosotros a lo nuestro, con nuestras cosas y nuestras manías. Siempre igual. Aunque nos pidan gato les servimos liebre. ¡Qué buenos somos!

Últimamente no hago más que proyectos chorras, papeles que los interesados necesitan para que les den licencia de obras: cerrar un porche, acristalar una terraza, acondicionar una buhardilla, hacer una piscina...
En todos estos casos el cliente ya ha quedado con el albañil (o con el cerrajero, o con el carpintero) en lo que hay que hacer, y es algo perfectamente definido y acordado. Pero ha ido al ayuntamiento a pedir la licencia y le han dicho que necesita un proyecto de un "técnico competente". (Nadie sabe nunca qué o quién puede ser ese "técnico competente", pero a veces recurren incluso a un arquitecto. Error).
En muchas ocasiones el interesado ni siquiera ha ido al ayuntamiento a pedir la licencia, sino que se ha puesto a cerrar la terraza o lo que sea y le han pillado. Y cuando recurre al arquitecto la obra ya está a medias o casi terminada.
Sea como sea, la única pretensión del ciudadano es que, ya que le obligan, alguien le haga ese estúpido proyecto lo más rápido y lo más barato posible.
Si recurre a un ingeniero, o a un aparejador, seguro que le hacen un buen trabajo, rápido, barato y sin chorradas ni complicaciones. Se trata de resolver un trámite burocrático y punto. (En general, se trata de resolver un problema práctico sin andar mareando y sin elucubrar).
Pero si recurre a un arquitecto, y éste consigue dar un precio similar a los del aparejador y el ingeniero (cosa difícil, ya que en chorradas como visado y seguro solemos tener más gastos), se produce un efecto curioso: El arquitecto echa cuentas de lo que va a cobrar y de lo que le va a costar a él ese trabajo y descubre que se ha columpiado.
Entonces se propone hacer ese proyecto en un par de días como mucho. Si tarda más va a perder por todas partes. Se jura una y mil veces dibujar sin pensar, ser un autómata, aplicar la normativa sin más y no implicarse.
Pero cuando está dibujando el alzado se descubre a sí mismo pensando en el despiece de la carpintería. "Tío, que esto ya lo han decidido, que no lo van a hacer así. No pierdas más el tiempo", se dice, pero sigue dibujando, y dibujando, y bajando un poquito el techo del porche, y separando un poco más los soportes, y juntándolos ahora, buscando un módulo, un ritmo, algo. "Tío, eres tonto. Termina ya". Y se empieza a dar cuenta de que con este otro material quedaría mucho mejor, y hace, sólo para él, sólo para entretenerse, una prueba con color, y una perspectiva. Nada, un mero boceto rápido. Nada. Y en la sección cambia entonces dos cosillas. Nada.
En fin, qué os voy a contar. No sabemos hacer otra cosa.
Eso a menudo es bueno: Cuando un cliente quiere que le estudiemos un problema arquitectónico y le propongamos algunas soluciones. Pero a veces ni siquiera ahí somos prácticos. Le hacemos replantearse asuntos que ya daba por resueltos o que ni se había planteado. Le proponemos nuevos problemas para dar una solución orgánica, coherente y compleja.
Vale. Muy bien. Pero ante la sociedad, la imagen que tiene un ingeniero es la de alguien que resuelve problemas, y la que tiene un arquitecto es la de alguien que los crea.
Los arquitectos (siempre alabanciosos y ampulosos) decimos que nuestro planteamiento de problemas es más rico y más fértil que las soluciones inmediatas de los ingenieros, tan directas y poco profundas. ¡Sí! ¡Ya! ¡Por eso nos quiere tanto todo el mundo!
(Ahí dejo ese punto. Otro día le veré el lado bueno a esa labor de no conformarse con lo inmediato, de darle siempre otra vuelta, de profundizar, de dudar, de replantearse los problemas, de rehacer una solución porque hay otra mejor. Tiene su mérito, naturalmente que sí, pero hoy quiero hablar de otra cosa).

A menudo ese afán de dar liebre a quien ha pedido gato da como resultado que no salga ni un gato ni una liebre, sino un gatoliebre horrible.

Imagen tomada de historiasdelahistoria.com

A menudo la solución que pretende el interesado es demasiado directa y ramplona. Es normal: Necesita resolver un problema funcional y perentorio, y no tiene ni la formación ni las ganas suficientes como para darle un par de vueltas. Si recurre al ingeniero, éste le resuelve el problema técnicamente: Tan ramplón como el cliente lo ha concebido, pero de forma que la viga aguanta o el conducto tiene la suficiente sección. Nada más.
(Repito: Perdón por la generalización).
El ingeniero ha resuelto lo que le han pedido, y lo ha hecho bien. Ha cumplido su misión con profesionalidad.
Pero si a quien contratan es a un arquitecto, éste le dará mil vueltas al planteamiento, lo pondrá en cuestión, intentará convencer al cliente para que enfoque el asunto de otra forma, o para que lo combine con otro, o para que reconsidere todo.
Es muchísimo más trabajo para el arquitecto, pero es que somos como el escorpión del chiste: Sabemos que si picamos a la rana moriremos con ella, pero no lo podemos evitar. "Es mi carácter".

Y lo malo es que a menudo sí que solemos convencer al cliente para que dé algunos pasos en la dirección que le mostramos, y a que reconsidere algunos problemas, pero nunca todos ni por completo. Con lo que al final lo que se construye es la idea del interesado pero ligeramente desviada hacia las sugerencias del arquitecto, o, dicho de otro modo, la idea del arquitecto, pero lastrada por los prejuicios del cliente. Es decir: Algo que no complace ni al uno ni al otro. Algo adulterado y monstruoso. Ni gato ni liebre. Un asco. Un monstruo.

Imagen de la Villa Savoya realizada por Mirce Mladenov, premio del público
en el concurso de render "Out of place" organizado por Next Limit. (Véase).
(Si clicáis la imagen la veréis en grande y la disfrutaréis mucho).

De esos hacemos muchos, y resultan de ese afán de dar liebre. Maldita liebre.


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4 comentarios:

  1. No veo mejor manera de perpetuar tópicos que repetirlos una y otra vez. Ya se que has pedido perdón por la generalización, pero, no era mucho más fácil no hacerla? Hay arquitectos buenos y malos, igual que hay ingenieros buenos y malos, arquitectos e ingenieros que hacen su trabajo sin pensar, y arquitectos e ingenieros que le dan vueltas a las cosas.
    Ya vale de estas chorradas de arquitectos vs. ingenieros, falsos tópicos del pasado sobre si los arquitectos somos artistillas y los ingenieros cabeza cuadradas, porque es una estupidez. Es una perogrullada decir lo que digo yo, que cada persona es diferente y no depende de si es arquitecto, ingeniero o veterinario porque es obvio, pero no, en vez de repetir esto, repetimos el otro tópico, diciendo que si que tal, que ya sabemos que no, que esto que lo otro, pero ahí, insistiendo en la misma mentira y en el mismo tópico de siempre.
    Que tal si dejamos de decirlo? No seria la mejor manera de que no nos perjudicara mas?

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    1. Tienes razón. No quiero generalizar, pero es cierto que he visto lo que cuento muchas veces, en muchos ejemplos particulares. Lo achaco a la formación (o deformación) que nos dan a unos y a otros y a cómo nos hacen enfocar nuestras profesiones respectivas.
      Pero tienes razón. Lo siento.

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    2. Todos sabemos que las generalizaciones tienen algo de odioso. Siempre que se habla de los españoles o de los catalanes o de los arquitectos... aparece alguien que recuerda eso que José Ramón ha atribuido a Mingote y que a mí me parece una solemne tontería, la verdad. Necesitamos generalizar y es más, creo que si en lugar de ello adoptáramos como norma el lema de Mingote llegaríamos a absurdos aún mayores.

      Más allá de todo ello, y de las generalizaciones, olvidando a los ingenieros, yo me he identificado bastante con lo expuesto en la entrada: me he encontrado muchas veces dándole vueltas a ese tipo e cuestiones y autocensurándome porque sé que no solo no me lo van a agradecer, ni a pagar, sino que, además, sé que va a ser fuente de conflictos con el cliente. Y lo identifico como una actitud propia de los arquitectos (ya estoy generalizando). Lo que no he apreciado en la entrada es una valoración de esa actitud como “hacer bien el trabajo” y mucho menos una crítica a quienes, ingenieros o no, se plantean los encargos de forma más práctica.
      Por supuesto que, aparte de la autocrítica, hay también cierta autosatisfacción con esa actitud; pero creo que relacionarlo con ese eterno enfrentamiento ingenieros-arquitectos es sacar las cosas de quicio. O es que acaso los ingenieros no tienen sentido gremial y no les gusta sentirse diferentes a otras profesiones (otra vez generalizo, pues si, ¿tendría que preguntarles uno por uno? Absurdo.)

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  2. Obviando el eterno debate, estamos quedando relegados en muchos casos a una labor de delineación como si fuéramos autómatas sin opinión, la cual se reduce a "esto no se puede hacer así porque no lo permite la normativa". Este hecho se ha radicalizado en los últimos tiempos y parece que todo el mundo lleva un pequeño arquitecto dentro. Un cliente ha llegado a aconsejarnos utilizar un sistema perimetral de drenaje del sótano para evitar humedades... La cara de asombro que se te queda es tremenda. Dudas si eres un arquitecto o un inútil contratado para conseguir la legalización de una aberración. Estamos abocados a ser burócratas de líneas y el sólo hecho de crear un monstruo, de meter el tanto de la honra en una goleada, sirve de consuelo para la parte creativa que llevamos dentro. Y por ese motivo, seguimos insistiendo y peleando hasta el final del encuentro.

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