lunes, 29 de diciembre de 2014

El decálogo (del) bobo

Su Alteza Real el Príncipe Carlos de Gales tiene en su penoso historial más de una metedura de pata. Y de las gordas. A este hombre, desubicado de la Historia y desenfocado de lo que puede ser su misión en la vida, le dio desde joven por pintar acuarelas y -desgraciadamente para los arquitectos y para el mundo en general- por amar la arquitectura. Pero no ama la arquitectura. Ama una imagen romántica y falsa de una cierta arquitectura waltdisneyana y harrypotteriana en un mundo que nunca existió, y que nos transporta a un falaz siglo diecinueve, a la dulce y deliciosa Inglaterra que contó Charles Dickens. Qué hermoso: Hospicios que matan de hambre a sus alojados, rateros que roban bolsillos en la calle, estafadores, borrachos, usureros, mujeres apaleadas. ¡Qué bonito! ¡Qué belleza sin par!
En sus manifiestos por una arquitectura imposible y anacrónica proliferan los atardeceres, los miradores en fachadas de piedra, las cubiertas de brezo, los puentecitos sobre arroyos cristalinos... Este señor quiere que todos vivamos en una acuarela de las que él pinta.

Acuarela pintada por el Príncipe Carlos

El príncipe pinta unas acuarelas malísimas, que no se sostienen, que no se pueden mirar sin bochorno. (Lo siento, yo nunca me habría metido con él; allá cada cual; le habría dejado en paz pintando sus chorradas si él no se hubiera metido conmigo y con todos los arquitectos). Es -ay, no quería decirlo- aún peor pintor que Hitler, (que también era arquitecto aficionado; ay, Señor, qué cruz).

Acuarela de Adolf Hitler

Es patético ver los afanes de esta gente pretendiendo ser artistas sin tener ni la más remota idea de lo que significa ser artista, ni importarles un pimiento el arte, y confundiendo el culo con las témporas en una vaga ensoñación romántico-mística que no es de temer en un empleado de banca ni en un notario jubilado que pintan en los fines de semana, pero que resulta terrible en alguien que tiene poder para meternos a todos los demás, a la fuerza, esas imágenes deformadas de la realidad y esa forma enfermiza de vida.

El Príncipe Carlos pinta acuarelas desde joven

Sí, es muy bonito sentirse pintor, sentarse en una silla plegable, con uno de los perros a los pies y con unos cuantos lacayos siempre a mano por si te apetece un piscolabis o que te traigan agua limpia para la acuarelita.
(Por supuesto, el papel es el más gordo y más caro que haya en el mercado, los pinceles son de pelo de marta, y el agua es mineral, baja en sodio. Todo es lo mejor de lo mejor para pintar esas memeces).
Y el príncipe pinta palacios, naturalmente, pero también pintorescas casitas en las que imagina unos habitantes idílicos que, incluso sin calefacción, sin trabajo y sin subsidio, glorifican la entrañable vida británica y glorían la humedad que se filtra por esas bonitas pero desvencijadas ventanas de madera y por ese hermosísimo tejado de paja podrida que no tienen dinero para arreglar.
Pinte, príncipe; pinte Su Alteza Real nuestra bella miseria y nuestras simpáticas casas sabañonógenas. Pinte usted este rozagante color rojo de nuestras caras, ateridas de frío, y las hermosas columnas de humo que salen de nuestras chimeneas, ahumando nuestro cuartodeestarcocinadormitorio. Pinte, Alteza. Pinte, pero haga el puñetero favor, ya que no nos ayuda, de estarse calladito.

Acuarela del Príncipe Carlos

Porque este amante de la arquitectura que no sabe nada de arquitectura y que parlotea sobre ella sin haber pensado ni durante un segundo en toda su vida en los problemas reales de la arquitectura, en sus presupuestos y objetivos, en su misión y su función, se cree que la arquitectura es un mero decorado teatral, un motivo de fondo para sus insulsas acuarelas, y nada más. Siempre ha odiado la arquitectura moderna, que le resulta inhumana, cruel, fría y geométrica, y tan difícil de acuarelar. Quiere que todos vivamos en casas de madera o de piedra, y nos desplacemos en carros de caballos.
Claro que sí: Tampoco son buenos los hornos microondas ni las placas vitrocerámicas. Es mucho mejor tener una plantilla de cocineras que nos hagan la comida en horno de leña y en fogón de paja, y nos la suban al comedor a su temperatura justa y en su adecuado grado de cocción.
Y, naturalmente, que el agua de nuestro baño sea calentada con fuego de leña, y que nos la suban en jofainas una buena media docena de lacayos, perfectamente sincronizados para que el abastecimiento sea continuo y homogéneo. No es desdeñable que mientras nos bañamos nos entretenga un cuarteto de cuerda tocando piezas como mucho-mucho del barroco, pero mejor de los siglos XIV o XV, que estresan menos.
Eso es vida, nos dice el príncipe. Pues va a tener razón.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Carne de bronce

No, es inútil, tú no eres Napoleón Bonaparte ni el rey Cirilo de Inglaterra, tú eres carne de catequesis, carne de prostíbulo, carne de cañón, tú eres el soldado desconocido, el hombre a quien no le brilla una estrellita en la frente, los hombres que son carne de horca suelen tener más aplomo, la historia da mucha confianza, tú estás entre el público -en la catequesis, en la ramería, en el frente- y aunque a veces te crees el eje del mundo, no saldrás nunca a cuerpo limpio por encima o delante de los otros catecúmenos, de los otros frecuentadores de mujeres públicas, de los otros soldados, nadie se fijará en ti jamás pero no debes lamentarlo, cada cual llega hasta donde puede y los demás le dejan y a ti se te permite vivir, ¿te parece poco?, y aprender la doctrina e ir con mujeres y hacer la instrucción, y también recapitular, sobre todo recapitular.
Camilo José Cela, San Camilo 1936

-Joder, Don Camilo. Me ha dejado usted aplanado.
-Pues te jodes.

De acuerdo, qué remedio. Casi todos somos seres anónimos y sujetos pacientes. Pero hay algunos a los que sí les brilla una estrellita en la frente. Hay personas que pasan por la vida para dejar una clara huella, y no sólo sobre sus contemporáneos, sino también sobre los venideros, sobre la humanidad eterna.
Esas personas, benefactoras de la especie humana, han hecho un servicio impagable: Han descubierto cómo curar una enfermedad, o cómo se desplazan los planetas, o las propiedades de los icosaedros, o las costumbres de los ornitorrincos, o han hecho pensar, reír o soñar, o han hecho felices, de una forma u otra, a las personas. También están quienes han liderado un movimiento político, religioso o social. Los visionarios, y los héroes, y los santos.
Esas personas son carne de bronce. (También carne de mármol). La gente, casi toda la gente, o al menos bastante gente, les está muy agradecida, y en algún momento a alguien con poder para ello se le ocurre dedicarles un recatado rincón de una calle o el exhibicionista centro de una plaza para colocar allí su estatua.

Estos días se está hablando de erigir en Carabanchel, su barrio natal (de Madrid), una estatua de bronce de Rosendo Mercado, o simplemente Rosendo, el líder de Leño, el viejo rockero, el cantante social y comprometido, la voz del pueblo.

Rosendo

(Un amigo suyo, no recuerdo si Miguel Ríos o el Gran Wyoming, ha dicho que no lo ve claro, que no sabe si habrá suficiente bronce para la tocha). (*)
Hay un montón de gente firmando la petición, pero otros muchos admiradores de Rosendo están horrorizados ante esta domesticación del rebelde y ante esta rimbombancia obscena para la persona menos rimbombante del mundo. (Él ha dicho que si al final se la hacen procurará no pasar por allí, porque le da mucha vergüenza).
Hay otro punto de vista: ¿No es el espacio público de todos y para todos? ¿No merecen honores los artistas brillantes pero sencillos, los artistas del pueblo? ¿Tiene el pueblo que admirar siempre a los prohombres estirados y nunca ha de celebrar a las personas menos solemnes? (En todo caso, hay contradicción en dedicar solemnemente una solemne estatua para celebrar la insolemnidad de una persona).
Esa cuestión parece estar resuelta desde hace tiempo. Por ejemplo, el célebre payaso Fofó es carne de bronce desde hace años, y todos lo ven con naturalidad.

El Payaso Fofó
Parque de Atracciones, Madrid

Bueno, exactamente con naturalidad no. Porque, salvado el problema de si alguien sencillo, poco o nada ceremonioso y muy familiar merece bronce, surge uno mucho mayor: ¿Merece ese bronce?

jueves, 18 de diciembre de 2014

Feliz Navidad

Os deseo una feliz Navidad a todos los lectores de este blog.
Os estoy muy agradecido a todos y os abrazo a todos.
Muchas gracias por visitarme con asiduidad. Es algo fantástico.

El año pasado me dejé llevar por mis más angustiosos sentimientos y os endiñé una muy dura y descorazonadora felicitación de Navidad. Las circunstancias no es que hayan cambiado sustancialmente, pero no es bueno andar quejándose siempre. Por el contrario, lo obligado es agradecer lo que tenemos, celebrar lo que somos y lo que conservamos, y añorar con ternura lo que hemos perdido.
Yo, por mi parte, tengo mucho que celebrar y que agradecer, y así lo hago. Deseo que vosotros también tengáis buenos motivos para disfrutar y para alegraros.

Un abrazo, de todo corazón.

Permitidme que os dedique esta especie de villancico laico, y acogedlo con el mismo cariño y la misma emoción con que os lo pongo.

Sí. De nuevo Ben Webster, el gran saxo tenor, con su pequeño sombrerito, sus ojos saltones y su babeo sucio. Es una de mis debilidades.


Esta vez hace una versión muy sui generis de la famosísima canción tradicional irlandesa Danny Boy.

Oh, Danny Boy, las gaitas están llamando
de valle a valle, y bajo la ladera de la montaña.
El verano se ha ido, y las rosas van cayendo.
Eres tú, debes irte y yo debo aguardar.
Pero regresa cuando el verano esté en la pradera
o cuando el valle esté silencioso y blanco con la nieve.
Yo estaré aquí haga sol o haga sombra.
Oh, Danny Boy, te quiero tanto.
Y cuando vengas y todas las hojas mueran,
si estoy muerta, como bien podría ser,
tú vendrás a encontrar el lugar donde yazgo
y de rodillas dirás un “Ave” para mí.
Y lo escucharé, por muy suave que pises sobre mí,
Y toda mi tumba será más cálida, más dulce.
Tú te inclinarás y me dirás que me amas
y yo dormiré en paz hasta que vengas a mí.
Bueno, muy navideña no es que sea la canción, pero os aseguro que en estos días siento que me acerco suavemente a mis seres queridos que ya no están y les digo un "Ave".
Feliz Navidad.

martes, 9 de diciembre de 2014

El chiringuito

De una forma u otra, el que más y el que menos, todos tenemos un chiringuito que defender.
Un chiringuito es un establecimiento, más o menos precario y portátil, de bebidas y comidas en la playa. La estrategia consiste en aparecer súbitamente en la temporada de baños, hacer el negocio de todo el año en unas pocas semanas y desaparecer de allí al llegar las lluvias y los fríos.


Un chiringuito va desde la precariedad de una bicicleta hasta la solidez de un palacete.


Todos tienen en común la inseguridad que conlleva no estar cumpliendo escrupulosamente la legalidad vigente y, por lo tanto, la posibilidad de ser cerrados o desmantelados por la autoridad competente en cualquier momento.
Pero mientras llega el fatídico día, el audaz empresario repite año tras año, y cada vez se atreve a algo más: un panel de madera del año pasado se ha convertido este año en un murete de ladrillo, una visera de cartón ha pasado a ser de chapa de acero, unos postes de palo se han vuelto UPN dobles soldados en cajón, etcétera.
La precariedad hace que el dueño del chiringuito no duerma bien por las noches y gaste su vida y sus energías en defenderlo con uñas y dientes. Y más si tenemos en cuenta que la inversión ya va siendo considerable y que los ingresos empiezan a ser jugosos.
Esa es una alegoría de nuestra propia vida. Todos tenemos un chiringuito que defender, ya sea una dirección general, una portería, un ministerio, una cartera de clientes, una asesoría municipal, un asiento en el fondo norte, una jefatura de servicio, un puesto de castañas o un trienio. Desde los ordenanzas de un juzgado hasta el Rey de las Españas, todos defendemos nuestro chiringuito. Tal vez el que nos ha tocado (o hemos podido conseguir) sea ridículo, pero es nuestro chiringuito. Es lo único que tenemos.
Es emocionante (y siempre aleccionador) ver a alguien defendiendo su chiringuito.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Maldita belleza

El arquitecto Alberto Campo Baeza ha ingresado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y ha leído un discurso que ha titulado "Buscar denodadamente la belleza".

(Nota mía que no viene a cuento. Son sólo mis neuras: No me gusta nada ese adverbio. "Denodadamente". Está admitido por la RAE, y Don Alberto lo ha empleado con propiedad, pero... no. No me gustan quienes Juanmanueldepradean. No mola nada. Me parece un estupendismo innecesario y... vamos, que no. Además, con ese título no puedo dejar de imaginarme a Don Alberto buscando la belleza en plan gñññññññññññññ).

¡La belleza! ¡Ay, la belleza!
Este considerable arquitecto español ha dicho en alguna otra ocasión que cuando algún alumno le dice que ha ido a Roma él le pregunta si ha llorado al ver el Panteón. (Sólo los mejores alumnos -léase los más pelotas- le confiesan que sí, que han llorado bastante).
Belleza, sublimidad, goce celestial, síndrome de Stendhal... Idos por ahí. Idos a tomar por conducto reglamentario de una maldita vez.
Belleza. Belleza. Belleza. Ya está bien.

Quentin Matsys, A Grotesque Old Woman (La Duquesa Fea), 1513.
National Gallery, Londres

En su discurso Don Alberto dice que, como arquitecto, lo que de verdad busca es la belleza. No estoy de acuerdo en absoluto. En mi modesta (pero firme) opinión un arquitecto no debe buscar la belleza. Todos haríamos mucha mejor arquitectura si no la buscáramos (y, desde luego, si no la buscara el promotor). A todos nos hace mucho daño la maldita belleza. La arquitectura que busca la belleza (denodadamente o no) pierde mucho.
El arquitecto debe buscar (incluso denodadamente) la idoneidad, la bondad, la eficacia, la adecuación... pero no la belleza. La belleza, si viene, viene sola. Viene por su cuenta, sin que nadie la invite ni la busque. La belleza se cuela en la fiesta, pero si la invitas no viene, sino que manda en su lugar a sus primas la horterada y la cursilada. Eso si no viene su tío abuelo el kitsch.

Francisco de Goya, Saturno devorando a un hijo, 1819-1823.
Museo del Prado, Madrid

Ni bellezas ni chorradas. La arquitectura (como la literatura, la música, la pintura, etc) no tiene que ser bella; tiene que ser buena. Todo lo demás sobra.

-¿Don Joserramoncito, y qué es la arquitectura buena?
-Yo qué sé, Arturo Arístides Artemio. Yo qué narices sé. (Pero me entiendo).
-Pues yo no le entiendo.
-Te callas.

El Bosco, Cristo con la cruz a cuestas, (detalle), 1510-1535.
Museo de Bellas Artes, Gante

Don Alberto dice que hay que conseguir la Venustas tras el cumplimiento perfecto de la Utilitas y de la Firmitas. ¡Oh, no!
¡Coño, Don Alberto! ¡Que estamos en el siglo veintiuno! ¡Que han pasado muchas cosas desde Vitruvio! Y, siguiendo con ese principio inmarcesible y tan viejuno de la tríada belleza-utilidad-firmeza (ya está bien, hombre), abunda además en el pensamiento retrógrado de que primero hay que garantizar la utilidad y la firmeza, y ya si eso, después le ponemos la venustas. O sea, que el arquitecto primero se comporta como alguien responsable y eficiente, y decente, y una vez que ha cumplido con su deber cívico y ha conseguido rematar la faena con éxito, ya tiene licencia para volverse locaza y hacer cosas bonitas. Santo cielo.
Esa era la frase de Sullivan: "La forma sigue a la función". En su caso incluso cronológicamente: Su socio Dankmar Adler hacía "la parte ingenieril", "la caja" y luego él la revestía "de arte".
Todo esto consolida la imagen (que tanto me repugna) de que el acto edificatorio tiene dos facetas: la de ingeniero y la de arquitecto. Una vez escindida absurda, injusta y esquizofrénicamente esa realidad edificatoria, a la supuesta "parte ingenieril" le tocan la sensatez, la profesionalidad, la lógica, la razón y la eficacia, mientras que a la supuesta "parte arquitectónica" le tocan el delirio, la melifluidad, el capricho, la verborrea, los ojos en blanco, el estupendismo y la superfluidad. Me niego a eso. Soy arquitecto, no un caprichoso disparatado ni un loco estúpido.

Dicho lo cual, puntualizo y matizo:
En realidad, finalmente es una cuestión de léxico. ¿A qué llamamos belleza? Lo que he escrito antes es completamente así si la belleza es "buscar lo bonito", "hacer filigranas", "mariposear". Pero un poco más adelante Don Alberto dice: "A la belleza en arquitectura se llega de la mano de la Razón". ¿A ver, a ver? Esto ya me va gustando más.

viernes, 28 de noviembre de 2014

L'amour fou

Por mí,
por todos mis compañeros,
y por mí el primero.

Amour fou es una expresión francesa que significa amor loco. Se refiere, naturalmente, al amor disparatado que se puede sentir por una persona que no te conviene, que no te quiere, que te va a destruir.
El amour fou tiene una dosis de obsesión y de fascinación que no se puede resolver, que sabes que te va a matar y dejas que te mate.
El amour fou es un amor destructivo, es un amor malo, feo, sucio, pero apasionante, necesario, vital y mortal.
En un buen amor los amantes crecen, se construyen mutuamente, se ayudan, se apoyan. En el amour fou se destruyen, se destrozan, se humillan, se hunden.
Bendito sea el buen amor, ¡pero ay de quien no haya vivido jamás un amor loco!

Egon Schiele, El abrazo (Pareja de amantes II), 1917

En este blog siempre estamos proclamando nuestro amor por la arquitectura (y por otras cosas de la vida, pero siempre damos vueltas en torno a la arquitectura). Pues bien, hoy toca dedicar la entrada al amour fou por la arquitectura.
Amour fou por la arquitectura es ver Blade Runner y emocionarte al descubrir que sale la casa Ennis, o dar un salto al ver el Pabellón de Barcelona en un anuncio de la tele, o ahora, al enterarte de que le han dado el Cervantes a Juan Goytisolo, recordar que hace más de treinta años leíste Señas de Identidad, de la que no recuerdas absolutamente nada, salvo que mencionaba de pasada a Le Corbusier. Amour fou es ir al dentista y descubrir que la lámpara de la sala de espera es de Fulano (arquitecto), o que esa silla es de Mengano (arquitecto). Amour fou es pararte en una esquina porque te ha gustado un detalle, o andar por la calle mirando hacia arriba o hacia atrás, mirando antes un voladizo que a una chica guapa. Amour fou es pensar que la arquitectura puede salvar al mundo, cuando, para empezar, a ti te está matando.
Creo que tanto yo como la mayor parte de quienes leéis este blog estamos enamorados de la arquitectura. Pero siento deciros que no es un amor bueno. No estamos enamorados: Estamos obsesionados, absorbidos, encoñados, empollados, salidos, locos, zumbados, desquiciados, tronados por la arquitectura.

Oskar Kokoschka, Autorretrato con Alma Mahler, 1913

Nuestro amor por la arquitectura haría las delicias de un guionista de culebrones o de un novelista decimonónico. Es una pasión disparatada.
Ella no es buena, amigos. Nos mira desde allí arriba, inalcanzable, y se ríe de nosotros. Por ella nos humillamos y nos sometemos, pero jamás se entrega. Lo perdemos todo, como Sinuhé, y ella se burla y nos desprecia.

Francis Bacon, Dos figuras, 1953

(Por eso admiramos tanto a los grandes: Porque ellos sí la sedujeron. Y nos morimos de envidia, pero al mismo tiempo les dedicamos una encendida sonrisa: "¡Bien hecho, Frankie!" "Chapeau, Père Corbu!" "¡Ole tus huevos, Alvar!" Porque ellos sí que pudieron con la altiva y despectiva dama).

lunes, 24 de noviembre de 2014

De Divina Architectura

En la naturaleza no hay una sola línea recta, ni un círculo perfecto, ni un cubo, ni una esfera.
Hay muchas figuras que casi lo son, pero la materialidad estropea la pureza de la idea platónica.
La pirita cristaliza en cubos... casi perfectos. Los planetas son (casi) esféricos. Los juncos son (más o menos) rectos. Etcétera.
Se diría, con Platón, que la idea de la que proceden los objetos reales sí es perfecta, pero los objetos ya no lo son.
La arquitectura pretende lo imposible: Hacer objetos que respondan fielmente a una idea pura y abstracta. La arquitectura desafía a la cruda realidad y no acepta que siempre venga el tío Paco con la rebaja. No hay rebaja.

San Pedro del Vaticano. Planta.

Refugiarse en una cueva es algo natural, instintivo. Amontonar material (ramas, paja, hojas, pieles...) para meterse dentro, también. Lo que no es nada instintivo, ni nada natural, es trazar un ángulo recto así, para empezar, para mostrar los principios irrenunciables que uno profesa. ¿A santo de qué? ¿Tiene algo que ver trazar un ángulo recto con procurarse un refugio, un abrigo? No. Nada en absoluto.
Trazar un ángulo recto tiene que ver con otra cosa. Tiene que ver con ordenar el mundo. (Con intentarlo, al menos).

Triángulo 3, 4, 5.
Esto me lo enseñó un albañil en mi primera obra.
Yo me sabía el teorema de Pitágoras y él no, pero él sabía
hacer esto, que a mí no se me habría ocurrido jamás. 

Ser arquitecto implica tener una alta dosis de soberbia luciferina. Consiste en verse con fuerzas para desafiar al caos, y en tener una confianza ciega en la capacidad de crear orden.
(Caín fue expulsado del Edén y diseñó una ciudad).
Ser arquitecto implica estar convencido del poder demiúrgico de varias operaciones muy poderosas, y tener la osadía de llevarlas a cabo.
El arquitecto mide un terreno y se lo lleva a su estudio. (¡Se lo lleva a su estudio!). Allí dibuja, sobre la representación planimétrica de aquel terreno, la de un edificio. Baraja la organización en planta con las alturas y desniveles en sección, y busca el auxilio de croquis rápidos, monigotes, detalles y esquemas que muy a menudo le sacan de un callejón sin salida para meterle en otro.
Al cabo del tiempo el organismo artificial y artificioso toma entidad, funciona. Y finalmente se lleva de nuevo al terreno, de donde vino todo.
En el terreno se dibuja la silueta del edificio (y los ejes de estructura y otras referencias) a tamaño natural, para lo que se empieza por clavar una estaca y trazar un ángulo recto.
Con esa operación, aquel terreno irregular, natural, lleno de barro o polvo, o de árboles, ese terreno magmático, cósmico e inaprehensible, queda preñado de una criatura geométrica, que es fruto de una mente lógica que cree en líneas rectas y en figuras platónicas.
Eso es una pasada, una sensación indescriptible, un vértigo terrible.
Por supuesto que la pureza platónica nunca se consigue. La materialidad impide el triunfo de lo abstracto, del arquetipo. Pero esa materialidad le da a la arquitectura su peso y su dimensión. Es decir: Lo grandioso es el fracaso. Lo grandioso es aspirar a lo abstracto y quedar en lo concreto; aspirar a la perfección y asumir los errores y las limitaciones... para seguir aspirando a la perfección.

Tengo amigos (incluso inteligentes) a quienes no les parece que lo más fantástico que se puede ser en esta vida es ser arquitecto. No lo puedo entender.
En fin; hay gente para todo. Supongo que habrá quien crea que curar enfermedades o dar de comer a la gente también tiene algún mérito.


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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Hurbanismo (y II)

(La primera parte de esta entrada ha superado todas mis previsiones. Ya dije que ahí estaba todo lo que sabía sobre el asunto, pero también prometí -insensato- extenderme un poco en los dos corolarios que enuncié. Así que voy a divagar sobre ellos).

Cuando me compré mi casa los intereses de los créditos hipotecarios estaban sobre el 15%. Hacia 1993 empezaron a bajar, y a bajar, y a bajar...
Parecía que por fin la gente se iba a poder comprar una casa con cierta comodidad, pero entonces el precio de éstas empezó a subir, y a subir, y a subir...
"Ellos" sabían hasta dónde se nos podía apretar el dogal, y cuántos centímetros de lengua podíamos sacar, así que siguieron teniéndonos a todos con la lengua fuera. De manera que la bajada del esfuerzo pagador causada por la de los tipos de interés se compensó automáticamente, como si hubieran abierto una compuerta entre dos recipientes, con la subida de los precios.
(A esto se refieren cuando dicen que el mercado se autorregula. Qué cabrones).

Por otra parte, siempre se había pensado que la vivienda era la mejor inversión posible, porque nunca bajaba de precio, pero ahora se generó la expectativa de que cualquiera podía ser propietario, y se inventaron hipotecas a treinta años, a cuarenta, a los que hicieran falta, para que todo el mundo se embarcara en la compra de una casa. Daba igual que fuera carísima; tú sólo tenías que fijarte en cuánto tenías que pagar al mes, y la verdad es que con unos intereses muy bajos y muchísimos años de amortización tu pago mensual era asumible (aunque te pasaras media vida pagando sólo intereses, sin devolver apenas nada de capital).
Los ciudadanos eran felices. Todo era maravilloso.


Dos dibujos de El Roto en la época del boom.

Ya, ¿pero por qué las casas eran tan caras? Pues porque una casa no es ninguna tontería. Porque una casa requiere el trabajo de mucha gente durante mucho tiempo, y muchos materiales caros... ¡Mentira! Con esa explicación no cubres ni la mitad del precio de tu casa.
Un avión a reacción sí es caro, y un diamante de tropecientos quilates, y un robocop. ¿Pero una casa?
Y lo que más costaba de la casa era el suelo, que, como dije el otro día, en realidad es algo que cuesta poquísimo.
Un diamante cuesta mucho porque hay muy pocos, pero suelo hay para aburrir, y encima las leyes del suelo lo fueron liberalizando y "facilitando" para que costara menos, pero iba costando más cada vez.
¿Por qué? Vamos a hablar de cómo se calcula el valor de un suelo por el... (tranquilos; sed fuertes)... ¡método del valor residual!

1.- El método del valor residual. ¿Cómo calcularíais el número de ovejas que hay en un rebaño? Me refiero a un gran rebaño, a un rebaño enorme, con un número abrumador de ovejas que no se pueden ni contar.
Pues muy fácil: Contáis las pezuñas y dividís entre cuatro.
¿Os parece absurdo? Pues con el valor del suelo se hace una cosa tan absurda o más.
Se parte del precio de venta de la vivienda. (¿Por qué? ¿Por qué sabemos perfectamente el precio final de venta de una vivienda si no sabemos el precio de uno de sus componentes, que encima es el más caro con diferencia?). De ese precio final de venta le vamos descontando todo lo que interviene, cuyo importe conocemos perfectamente (beneficio del promotor, gastos financieros, licencias, notaría, honorarios de diversos profesionales, coste de la construcción...) y lo que queda es el valor del suelo.
Estupendo. ¿Pero cómo es posible -repito- que sepamos el precio de una vivienda antes de saber el de uno de sus componentes?
Esto en sí mismo es una monstruosidad. El precio de la vivienda no es analítico, aditivo (como el de un avión, un diamante o un robocop). No parte del precio de sus componentes. Por el contrario, es un precio previo porque es meramente un precio especulativo. El precio de la vivienda es un "porque sí".
¿Cómo es posible que se sepa lo que cobra cada profesional, lo que cuesta cada ladrillo y lo que supone la licencia de obras, el estudio geotécnico y el laboratorio de control y no se sepa cuánto cuesta un solar? Pues por lo que dijimos el otro día: Porque el solar, de por sí, no cuesta nada (o casi nada), y se agarra al valor de expectativa. El solar es el pelotazo. Un bien que cuesta muy poco dinero y que, por arte de birlibirloque oportunista puede llegar a costar una fortuna.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Puesta de largo de Necrotectónicas

El martes que viene, 18 de noviembre, a las 13:30 h, se hará la presentación de mi libro Necrotectónicas.
El acto tendrá lugar en la

Escuela de Arquitectura de la Universidad de Castilla-La Mancha (eauclm)
Campus Tecnológico de la Fábrica de Armas
Edificio 21. Zona Franca
Avenida Carlos III, s/n. Toledo


Cartel anunciador del acto. (Si lo clicas lo podrás ver más grande)

Me van a hacer el gran honor de acompañarme y presentar mi libro (hablando muy bien de él, naturalmente):

D. Juan Ignacio Mera González, doctor arquitecto, profesor de proyectos y director de la escuela.
D. Santiago de Molina, doctor arquitecto, profesor de proyectos en el CEU y autor de numerosos libros y del prestigioso blog Múltiples estrategias de arquitectura, del que éste es un declarado seguidor.
D. Carlos Asensio-Wandosell, arquitecto, profesor de proyectos en la eauclm.
D. Juan García Millán, arquitecto, profesor de proyectos en el CEU, director de la revista Constelaciones y editor de Ediciones Asimétricas.

Se hablará de mi libro, naturalmente, pero creo (espero y supongo) que también hablaremos de arquitectura, de arquitectos, de muertes, de cotilleos y de todo lo que surja. La verdad es que todos los intervinientes son grandes y amenos conversadores.
Creo que lo pasaremos muy bien.

Invitación

Que la Escuela de Arquitectura de Toledo acoja y auspicie este acto es un inmenso honor. Reviste a mi humilde (y díscolo) libro de una importancia académica que me abruma.
El acto tendrá un claro color escolar y vendrán bastantes alumnos, con el entusiasmo y la pasión que tienen siempre. Será algo muy estimulante.
(Pero en cambio perderá parte de su dimensión "social". Sé que para muchos esa hora es muy mala y no vais a poder venir, mientras que si fuera por la tarde-noche estaríais libres y sí podríais).
Entenderé perfectamente a los que no podáis asistir, pero a los que podáis os agradeceré muchísimo que os acerquéis y me acompañéis en este trance.
Me gustará mucho ver caras conocidas, aunque intentaré sentir también el aliento y el apoyo de los que no estéis. Sé que estaréis en espíritu.
(Mentira cochina. Ya está bien de ser educado y buenrollista: A quienes no vengáis os apuntaré en mi libreta especial, ¡y ay de vosotros!).


(Como comprenderéis, esta entrada se ha colado porque se tenía que colar. Era necesario. Quienes os habéis quedado esperando la segunda parte de Hurbanismo la tendréis un día de estos. Gracias por vuestro interés y por vuestra paciencia).

viernes, 7 de noviembre de 2014

Hurbanismo (I)

(Unas cuantas observaciones deslavazadas basadas en mi experiencia personal).

Prólogo 1: El suelo (urbano) no vale nada. Por el límite oriental del término municipal de mi pueblo (Seseña) pasa el Río Jarama, que forma una vega muy fértil. Esas tierras han sido muy cotizadas desde la prehistoria, pues el Jarama lleva un caudal muy estable y el regadío está garantizado. Hay pocas heladas y todo se muestra benigno para la agricultura.

El Río Jarama en el término de Seseña. Foto: Ferpatillas

El maizal. Foto: Priedepriede
(Este es de Navarra, pero es exactamente igual que los de mi pueblo)

Los antiguos seseñeros establecieron el pueblo a unos siete kilómetros de distancia de esa magnífica vega. No la iban a estropear construyendo casas. Éstas fueron construidas (naturalmente) en el peor sitio posible para la agricultura: en un pedregal de yeso. El suelo que no valía para otra cosa se usaba para construir.

Seseña, hacia 1960. Foto obtenida gracias a la labor encomiable de mi paisano
y tío segundo Pepe Cholela. Desde la torre de la iglesia mirando hacia el este.
Al pie se ve la plaza, y la calle de La Vega se aleja. 4 Km más allá (de suelo de secano)
pasa la carretera de Andalucía y el terreno va descendiendo otros 2 o 3 Km hasta el Río Jarama.

La gente rica tenía mucho terreno de regadío en la vega y mucho más de secano en el llano. La gente algo más pobre tenía algunas tierras de secano, en la parte alta, entre la vega y el pueblo. La gente aún más pobre no tenía tierras y trabajaba a jornal. Pero todos tenían enormes parcelas en el casco urbano: El terreno en el que hacer la casa costaba infinitamente menos que una tierra de labor de secano (y no digamos que una pequeña huerta de regadío). En realidad apenas costaba algo. Y si las zonas más céntricas estaban ya ocupadas, se hacía uno la casa en las afueras y ya está.
Recuerdo la casa de mis abuelos: No tenía ni baldosas. El suelo era de tierra apisonada y cal, que mi abuela regaba todas las mañanas asperjando con la mano el agua de un cubo. El tejado era de tejas sobre cañizo. Las paredes eran de canto y barro. La electricidad había venido después: Las paredes estaban recorridas por cables trenzados con aislamiento tejido, las bombillas colgaban de casquillos desnudos y se encendían y apagaban con interruptores de pellizco.
Era la casa más pobre que uno pudiera imaginar, y sin embargo daba por detrás a un patio enorme, en cuyo fondo había una cuadra donde había habido una mula, y encima de la cuadra había una cámara para el grano. Un auténtico laberinto inextricable para jugar. Un paraíso.
En la parcela que ocupó la casa de mis abuelos, ya demolida, están hoy las casas de tres de mis tías, tres buenas casas, cada una de ellas con su buen patio.
Es decir: Un matrimonio medio, algo más pobre que rico, tenía un solar que hoy sólo se podría permitir un millonario.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Feliz cumpleaños, Don José Antonio

Hoy es el nonagésimo tercer aniversario del nacimiento de José Antonio Corrales, uno de los más grandes arquitectos españoles del siglo XX.
Con tal motivo varios tuiteros amantes de la arquitectura están haciendo hoy reseñas, citas y homenajes en twitter.
Uno de ellos, @museoes (a quien desde hoy empiezo a seguir) ha puesto estas dos fotografías:



Y las ha acompañado con este lacónico texto: "Mientras tanto, Casa de Campo..."
Se trata del magnífico Pabellón de España en la Expo de Bruselas de 1958, que diseñó con su compañero y socio durante muchos años Ramón Vázquez Molezún, y que es una de las diez obras más importantes de la arquitectura española del siglo XX, y del que ya hablé una vez aquí.
(He dicho "una de las diez" por decir algo. Estoy seguro de que si hacemos una encuesta entre arquitectos españoles para que voten las diez mejores obras realizadas en el siglo ésta será una de las seleccionadas. Y tal vez entre las cinco mejores también).
El pabellón, un prodigio de economía conceptual, de ingenio y de "pura arquitectura" fue tan estupendo que al terminarse la Expo fue desmontado y reconstruido en la Casa de Campo de Madrid (adaptándose al nuevo emplazamiento, porque una de sus virtudes era que se podía adaptar a cualquier topografía).
Y nuestras autoridades culturales, que tanto aman la cultura patria, llevan desde entonces velando por él.
Qué vergüenza y qué indignación tan grande.
Spain: mierder country.

jueves, 23 de octubre de 2014

Soneto a Frank O. Gehry


El afamado arquitecto Frank O. Gehry le ha dedicado esta peineta en Oviedo, donde ha ido para recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, a un periodista que le ha preguntado por su "arquitectura espectáculo".
Aquí le dedico yo, con todo mi cariño, un soneto de desagravio.


Qué pregunta te han hecho, qué pregunta,
querido Frankogehry, qué canallas.
Menos mal que tú en esto no te callas:
Tu dedo corazón alzó la punta.

Que si tu obra mundial se descoyunta
en gestos y posturas, como Fallas,
y que si tú te cuelgas las medallas
que te dan gentes de razón difunta.

Indignado, tú has hecho una peineta,
oh, glorioso, grandísimo arquitecto.
Di que sí, que se vaya a hacer puñeta

quien así ha criticado tu trayecto.
Esta gente no sabe, no interpreta.
Oh, tú, divino, libre de defecto.


(Si has sentido mucha vergüenza ajena y no quieres que vuelva a escribir un soneto nunca más, clica el botón g+1 que está aquí debajo. Muchas gracias).

miércoles, 22 de octubre de 2014

Echar el resto

Dedico esta entrada a Emilio (cómo no) y a Pedro Torrijos,
dos grandes libertyvalancianos.

Os pido que os detengáis conmigo en un detalle de la escena del velatorio de Tom Doniphon, de la película El hombre que mató a Liberty Valance, de 1962.
El senador Ransom Stoddard ha venido desde la capital al funeral de este vecino de Shinbone a quien ya nadie recuerda y a quien le van a hacer un entierro de caridad.
Pompey, el empleado, amigo y confidente de Tom, está solo en un rincón, sentado y cabizbajo. Llegan Stoddard, su esposa y Link (el antiguo Sheriff, que hoy ha hecho de cochero para el matrimonio).
Ransom Stoddard le saluda con afecto, y Pompey le mira.

Fotograma de The Man Who Shot Liberty Valance
(Clícalo para verlo más grande. Esa mirada...)

Se miran los dos. Una mirada perfecta, que dice todo lo que hay que decir y más de lo que en ese momento el espectador puede saber.
¿Cuánto vale esa mirada? Vale una escena sublime en una de las más grandes películas de todos los tiempos. ¿Y cuánto cuesta? Es una mutua mirada complejísima. ¿Cuánto cuesta? Cuesta la amistad de un hombre, o de dos, o de tres, o de los que hagan falta. Cuesta el honor y el respeto; cuesta el amor propio y cuesta la vergüenza propia y la ajena. Cuesta la traición. Cuesta el infierno. Pero ha salido perfecta y merece el precio que se haya pagado por ella.
¿Merece la pena discutir, ofender, amargar a la gente, traicionar, tiranizar, etc, por conseguir ese plano? Para John Ford sí, sin la menor duda.

No os cuento la escena, porque si a estas alturas no conocéis la película no tenéis perdón de Ford. Pero sí os pongo en situación sobre esa mirada. Stoddard es un triunfador y viene a este pueblo humilde a dar su último adiós a un buen y viejo amigo, que ha pasado los últimos años de su vida hundido en el anonimato y en la pobreza. Pompey es el ayudante-empleado (tal vez antiguo esclavo) del muerto Doniphon, que fue antaño el mejor hombre del pueblo, pero quedó opacado y arrinconado por Stoddard.
Por lo tanto, Stoddard debe saludar a Pompey con afecto, pero tal vez un puntito de superioridad vergonzante y avergonzada no estaría mal. Y Pompey debe saludar a Stoddard con respeto, pero una miajita de resquemor vendría muy bien.

Tanto James Stewart como Woody Strode eran buenísimos actores. Y no sólo se sabían el papel muy bien, sino que entendían ese matiz perfectamente. Pero Ford no se lo explicó. No era de esos que les explican matices a los actores. Prefería destrozarlos.
John Ford era famoso por sus ataques de ira, por su mala leche, por su sequedad inexpugnable. (Y sin embargo quienes le querían le querían a rabiar). Su forma de hacer cine necesitaba que en los sets de rodaje siempre hubiera tensión. A veces una tensión masticable. Él la provocaba. Bajo esa presión los actores daban lo mejor de sí mismos.
Por puro capricho, por pura broma o por puro sadismo, se las hacía pasar canutas a todos.
En el rodaje de El hombre que mató a Liberty Valance tenía una especie de "lista negra", y cada día señalaba y humillaba al último de la lista, "el del barril".
A todos les iba tocando algún que otro día estar en el barril, pero jamás le tocó a James Stewart. El que más veces estaba era John Wayne, que tenía una grandísima amistad con John Ford y no lo entendía, y le preguntaba a menudo a Stewart: "¿Cómo es que tú nunca estás en el barril?". Éste le contestaba (con cierto orgullo inexplicable): "no lo sé".

(Normal: Tom Doniphon protege al novato Stoddard, y lo ayuda, pero a la vez tiene que sentir por él una mezcla de celos y envidia, y un malestar tenso. Mientras que Stoddard es un inocente que necesita ayuda y no se da cuenta del daño que está haciendo y la envidia que está suscitando. ¿Por qué no hacer que los actores se sientan como los personajes? Así actuarán mucho mejor).

James Stewart contaba una de tantas maldades de John Ford:

Fotograma del documental Dirigida por John Ford, 1971

En la escena del funeral, que se rodó hacia el final, cuando todo estaba ya montado y listo para empezar, el director se llevó aparte a James Stewart y le hizo notar cómo iba vestido Woody.
-¿Qué te parece cómo se ha puesto para la escena? ¿No es ridículo?- le preguntó al niño bonito del rodaje, buscando la respuesta cómplice, la broma íntima, el cachondeo secreto entre ellos dos.
Stewart (dice que no sabe por qué; asegura que fue el diabólico Ford quien le insufló esa respuesta) contestó:
-Sí. Se parece al tío Remus.
(El tío Remus es un personaje folclórico popular de los Estados Unidos. Clicad el enlace. El paternalismo con que se le trata tiene algunas connotaciones racistas, como de superioridad hacia la raza negra).

¡Premio! John Ford ya tenía lo que quería.

viernes, 17 de octubre de 2014

Más barato

No creé este blog para lamentarme, ni vosotros lo leéis para que os cuente miserias. No somos llorones (aparte de que con ello no ganamos nada: dar pena es muy lastimoso y humillante, y no se saca nada en claro). Pero dejadme que hoy os hable de un asunto que intento evitar siempre. Además, no lo haré para lloriquear, sino para (intentar) hablar finalmente (un poco) de arquitectura.
Es que un amigo y compañero me ha mandado un e-mail desesperado, porque ante el posible encargo de proyectar y dirigir una vivienda ha bajado sus honorarios hasta el límite de lo temerario, y aun así no ha conseguido el encargo.
Me ha escrito para que yo le echase un ojo a su presupuesto, a ver si me parecía razonable, porque él ya no sabía qué pensar y temía estar totalmente desorientado y pidiendo cantidades elevadas por su trabajo.
Mi dictamen ante su presupuesto ha sido que lo ha bajado demasiado, y que por esos honorarios que ha pedido no merece la pena trabajar. Si descuenta lo que le cuesta el visado del Colegio de Arquitectos, el Seguro de Responsabilidad Civil y otros gastos de todo tipo (desde el teléfono para hablar con ese cliente -durante la obra, y antes, y después- hasta las fotocopias), le traería más cuenta que el cliente le comprara en la plaza pública, en el mercado de esclavos, y le mantuviera mientras trabajaba para él.
Le he dictaminado eso, como si yo fuera un tipo listo a quien esas cosas no le pasan. Me acaba de pasar lo mismo. Todos lo hemos hecho; todos hemos explorado el cieno alguna vez (o muchas) para ver hasta dónde se puede bajar; por saberlo, por asomarnos al abismo. Pues bien: Se puede bajar hasta el infinito.
Pidas el precio que pidas, siempre hay alguien que lo hará más barato.


Yo compro bastante por internet. Por ejemplo libros. Me interesa tal libro y lo busco en distintas plataformas. Veo distintos ejemplares a distintos precios y en distintas librerías, sopeso el coste del envío y, en su caso, el cambio de moneda, y compro el más barato.
Pero es que estoy barajando distintos ejemplares del mismo libro, y todos sin estrenar. (Si comparo libros usados, con distintos estados de conservación, la cosa cambia).
Vamos, que me parece lógico comprar el más barato entre varios bienes o servicios idénticos.

¿Qué quiere decir esto? Que el cliente nos ve a todos los arquitectos como idénticos y sólo le interesa, por lo tanto, nuestro precio.
¿Y por qué ocurre esto? ¿Cómo es posible? Pues porque no valora nuestro trabajo en absoluto. No lo valora en lo más mínimo. Porque nuestro trabajo no le interesa, y en su imaginación no cabe la posibilidad de que alguien lo haga mejor y alguien peor.

Esto es curioso. Lo que ha pedido mi amigo por proyectar una casa y dirigir las obras de su construcción es tan poco dinero que la rebaja que haya podido hacer el arquitecto que haya conseguido finalmente el encargo no puede ser mucha. Es que no hay más chicha donde rascar.
Por lo tanto, el cliente ha confiado el proyecto de su casa (que ya llevaba dibujada a bolígrafo en una hoja cuadriculada) a un arquitecto que seguro que ni conoce, con el único criterio de que se va a ahorrar bastante menos de lo que le va a costar una de las jardineras del porche, o un grifo.

Atentos a lo que acabo de decir como de pasada: El cliente ya llevaba el diseño de su casa en una hoja cuadriculada de papel. A razón de un metro por cuadrito. Por lo tanto, no necesita el trabajo del arquitecto, más allá de que le pase a limpio su plano. Como no está acostumbrado y no sabe diseñar una casa, ha ido juntando habitaciones: Un salón de cuatro por seis, detrás un dormitorio de tres por cuatro, detrás otro dormitorio de tres por cuatro, detrás un baño de dos por tres... Y así. Amontonando piezas y apretándolas con un calzador. (Los muros y los tabiques no tienen espesor, los pilares no existen, etc).
Aquí ocurre algo curioso: El cliente no sabe diseñar su propia casa, y su esquema es muy torpe y deficiente. Pero no se fía del arquitecto. No quiere que el arquitecto meta sus sucias manos en su casa.
¿Por qué no le cuenta el cliente al arquitecto lo que quiere y le deja a éste que lo diseñe, que es quien sabe? Pues porque si le deja al arquitecto que diseñe su casa se la va a estropear. Y él no quiere que el arquitecto disponga cómo tiene que ser su casa. Estaría bueno. Es su casa.
Pero él no sabe diseñarla. Aunque sea su casa, aunque tenga un interés enorme en proyectarla, aunque quiera plasmar en ella todos sus anhelos, no sabe cómo hacerlo.
Vale, no sabe cómo hacerlo, pero no está dispuesto a que nadie le mandingonee.
Y de ese círculo vicioso no salimos.

(Nota.- En mi casa, en nuestro microlenguaje familiar decimos mandingonear por mangonear. Nos gusta más).

Esquema que refleja el procedimiento de composición de la planta por el cliente tipo.
Está idealizado y mejorado. Los de la realidad suelen estar peor compuestos.

Siempre que sale este tema nos surge la maldita autocrítica: Lo presumidos y prepotentes que somos los arquitectos, nuestras ideas peregrinas, etc. Soy humilde y siempre asumo sin remolonear y sin esconderme la parte que me toca en esta autocrítica, pero hoy no me da la gana. Ya basta. Ya está bien. Si el cliente no quiere ni tomarse la molestia de preguntar, de informarse sobre quién le puede hacer su casa, si no quiere distinguir a un bocazas cantamañanas de un profesional sensato porque le da igual y sólo busca ahorrar unos pocos euros, allá él.
Si seguís creyendo que los arquitectos somos los culpables de que haya tan malas casas, pues allá vosotros. Ya vale. ¿Por qué no buscáis a alguien inteligente, serio, coherente y le dejáis trabajar? ¿Por qué no le escucháis siquiera?

martes, 14 de octubre de 2014

Charlie Parker, el genio atormentado.

Lester Young, uno de mis grandes ídolos (y por aquel entonces el de Charlie Parker), era el saxo tenor solista de la orquesta de Count Basie, que por esa época grababa un disco al mes con la Decca.
Charlie compraba cada disco en cuanto salía. Solamente le interesaba el solo de Lester, que (Basie lo sabía mejor que nadie) era obligatorio en cada pieza que tocara la orquesta.

Lester Young en la orquesta de Count Basie. Lady Be Good. No quisiera perder el hilo de mi relato, 
pero, por favor, escuchad el solo de Lester Young desde 0:41 hasta 2:02.
Aparenta una enorme facilidad y despreocupación. Es puro oficio, pura técnica y pura sabiduría armónica.
(Por cierto: El batería es Jo Jones, quien le tiró el platillo a Charlie Parker).

Charlie tenía los surcos de los solos (especialmente el de Lady Be Good) rayados y desgastados. Los escuchaba constantemente y los tocaba ya de memoria.
Dos músicos amigos y benefactores de Charlie le consiguieron un trabajo de verano en los Ozarks. Era en una orquesta de baile, no muy exigente técnicamente, pero en la que iba a aprender el oficio.
Para tocar en esa orquesta (como en cualquiera) había que saber leer las partituras, porque el director podía aparecer cualquier día con una obra o un arreglo nuevos y, aunque fueran muy sencillos, había que tocarlos a la primera.


Sus dos amigos le enseñaron a "leer los papeles", y también le daban clases diarias de armonía. Se pasaba el día estudiando y practicando, y por la noche tocaba con la orquesta en la sala de fiestas. Le enseñaron las tríadas mayores y el ciclo de quintas. Era algo muy aburrido y mecánico, pero Charlie notaba que eran las piezas que le faltaban para que, por fin, le encajara todo.
También sus amigos escuchaban con él los solos de Lester Young. Ponían los discos a poca velocidad, y aunque los solos se escuchaban demasiado graves, se apreciaban perfectamente los vibratos, los trinos y todos esos matices de tono (susurros, cánticos, parrafadas...) que hacían que la música fluyera como si Lester te estuviera contando una historia.
Charlie aprendió a relajar las mejillas como Lester, a conducir la columna de aire desde la boca de su estómago hasta el extremo de la campana del saxo, y a empujar con la garganta, con la tripa y con el culo.
Charlie tocaba con músicos mucho menos importantes que su admirado Lester Young, pero competentes y muy profesionales. Aprendió cada gesto, cada truco. Charlie, que jamás había tenido profesor, ahora tenía varios a la vez. Y los aprovechó.
Su febril trabajo de siempre no sólo mantuvo la intensidad, sino que la acrecentó, porque encontraba tesoros en cada momento, en cada tresillo, en cada punteado, en cada nota tenida.

En 1939, con diecinueve años de edad, ya era un músico muy bueno; tan bueno que se fue a Nueva York y se presentó en el club donde estaba tocando el celestial Art Tatum para que le contrataran. Le contrataron, sí, pero como lavaplatos. (No habían sido esos sus planes exactamente, pero al menos disfrutó cada noche de la música del gran pianista).

No hace falta seguir con más detalles. A estas alturas ya supondréis que con ese talento natural y ese concienzudo y feroz trabajo iba a llegar muy lejos. En efecto: A partir de 1940 empezó a destacar y tuvo una ascensión fulgurante. Llegó a ser uno de los grandes. Llegó a tocar y a grabar con Lester Young, pero eso, que podría parecer una meta, fue sólo el principio. En muchos aspectos superó a su ídolo.

jueves, 9 de octubre de 2014

Charlie Parker, el sabio ignorante

Aprovechando la gran alegría que me han dado últimamente Anatxu Zabalbeascoa y Luis Fernández Galiano, y también las cuatrocientas mil visitas al blog y el nuevo descenso en el ranking de blogs de ebuzzing, me apetecía hablar otro poco de jazz, que es un tema que tengo muy abandonado.
Estaba en estas cuando mi amigo Pedro, que me lee el pensamiento, me ha puesto un guasap: "¿Para cuándo una nueva entrada sobre música en tu blog?". Qué tío. Qué talento. Pues para ahora mismo:

Charlie Parker fue el músico de jazz que todos tenemos en mente: Pobre, negro en un mundo racista, sin padre, sin educación... (y drogadicto, y muerto muy joven...). Tiene todas las condiciones, todas las connotaciones y todos los etcéteras que se os ocurran para perfilar el personaje maldito de cualquier historia de jazz.
Aloja en sí todas las evocaciones, todos los sueños, todas las historias. Fascinó a Julio Cortázar (si no habéis leído "El Perseguidor" dejad de leed esto ahora mismo, dejad de hacer cualquier cosa que estéis haciendo y lanzaos a leerlo) y a Clint Eastwood (si no habéis visto Bird dejad de leed esto ahora mismo, dejad de hacer cualquier cosa que estéis haciendo y lanzaos a verla).
(Cortázar no quiere ceñirse estrictamente a Parker y en su relato se inventa un personaje, pero es Parker. Además dedica el cuento a Ch. P., in memoriam. Eastwood, por el contrario, en su película es perfectamente biográfico y documental).
No competiré con Cortázar ni con Eastwood (no me gusta abusar), pero os apuntaré un par de cosas para que quienes no conozcáis demasiado a Charlie Parker le empecéis a amar.


Su pobre madre, haciendo un milagroso esfuerzo, le compró el saxo alto más barato del mundo, de cuarta o quinta mano (y boca), muy estropeado. Las llaves no cerraban bien, las zapatas cuarteadas dejaban escapar aire, y muchos mecanismos no funcionaban.
Con el instrumento lleno de gomas elásticas y de celofán, y con sus zapatas chorreando agua, el niño Charlie lo hacía sonar.
(La madre, por su parte, colaboró haciéndole al saxo una funda con tela de almohada a rayas azules).
Nunca tuvo un profesor. Nadie le enseñó la digitación correcta, que además en ese saxo era imposible, pues mientras que, por ejemplo, con los dedos índice y corazón de la mano izquierda cerraba las llaves 1 y 2 para hacer un La como mandan los cánones, con el meñique tenía que sujetar una varilla o tapar un hueco que se abría inopinadamente.
A falta de otros juguetes y distracciones, pasaba horas y horas tocando el saxo. Con su oído prodigioso sacaba todas las canciones que conocía, y con su instinto y afán juguetón las adornaba y enlazaba.
Tenía una gran memoria y una gran intuición, y le bastaba escuchar cualquier canción en el aparato de radio de un vecino para tocarla exactamente igual.
Con esa formación autodidacta, y capaz ya (según él) de tocar todas las canciones del mundo, escuchó a Lester Young en el Reno Club de su ciudad, Kansas City, y se quedó fascinado. Fue varias veces a escucharle. Se llevaba su saxo, y mientras le oía iba repasando con los dedos (sin aplicar la boca) las posiciones de todas las notas que daba Lester, sin fallar ni una. Y eso es un prodigio, porque Lester Young era uno de los músicos más hábiles y pasmosos de la época.
Después, cuando podía, se quedaba a ver y a escuchar la jam session, en la que el maestro tocaba de manera informal con los músicos locales y con otras estrellas que estaban allí de paso como él, con esa mezcla irreproducible de reto, compañerismo y chulería.
Charlie pasó meses repitiendo una y mil veces las piezas que le había escuchado a Lester Young, y al cabo de ese tiempo se atrevió por fin a participar en una jam session. (Ya sin Lester Young). Fue en el club High Hat. Se puso a la cola con los demás aspirantes y esperó su turno.
Subió al escenario, esperó la entrada que le daban los acordes del piano y empezó a tocar con precaución, buscando el momento del solo. Se metió en Body and Soul, tocó un coro completo y al siguiente trató de doblar el tiempo. A continuación el pianista hizo algo que él no entendió: algo tan sencillo como repetir el tema cambiando de tono. Hubo una acumulación de desastres hasta que el batería dejó de tocar y se hizo un silencio que acabó en una estruendosa carcajada.
Charlie Parker se fue a su casa llorando y no volvió a tocar el saxofón (su vida, su alma) durante tres meses.


Nunca había tocado con otros, y no sabía que durante la ejecución de una pieza es habitual hacer algún cambio de tono. Charlie Parker se había hecho una rara idea de que toda la música del mundo se hacía en una sola tonalidad. Mejor dicho: Ni se había parado a pensar que existía la tonalidad.
Le explicaron que no había una tonalidad universal, sino una docena de tonalidades mayores (una por cada tecla del piano, blanca o negra, de Do a Do), y otras tantas menores.

Esta información básica y apresurada no le llevó a preguntar más, ni a buscar un profesor, o al menos un amigo algo más adelantado que él, sino que le hizo encerrarse en su casa y practicar, una por una, todas las tonalidades posibles.
Vamos a ver -se decía a sí mismo-; la tonalidad natural, la del Do, es:
Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si, Do.
Si subimos cada nota un semitono tendremos la tonalidad del Do sostenido:
Do#, Re#, Mi#=Fa, Fa#, Sol#, La#, Si#=Do, Do#.
Subamos otro semitono y tendremos la del Re:
Re, Mi, Fa#, Sol, La, Si, Do#, Re.
Etcétera. Hasta la tonalidad del si. (Todas ellas mayores. Por ahora). Doce tonalidades.
Nadie en su sano juicio había tocado jamás en Sol sostenido mayor, o en Fa sostenido mayor, por decir algo. Los músicos de jazz manejaban tres o cuatro tonalidades a lo sumo.
Pero eso Charlie no lo sabía. Se había puesto en ridículo por no saber cambiar de tono durante una canción y ahora las tocaba todas cambiando constantemente de tonalidad en tonalidad, pasando por todas las posibles.
Tocó un blues en Mi que dejó perplejos a quienes lo escucharon. (Los blues no se tocaban en Mi, y este sonaba muy raro). Estaba empezando a crear un sonido propio, gracias a su concienzuda ignorancia de la armonía y de cualquier teoría musical.
Y tenía horas y horas, y días y días, y semanas y semanas, y meses y meses, para experimentar con aquello con lo que nunca antes había experimentado ningún músico de jazz.
Sin ayuda de nadie exploraba los caminos de la armonía. (Pero los exploraba a su manera, sin mapas ni pistas; sin referencias, sin nada). Encontraba disonancias y acordes por casualidad, y desentrañaba la estructura de la música de una forma que nunca antes se había experimentado. Su tremenda ignorancia le hizo pasar muchísimo tiempo probando sonidos que cualquier profesor le habría exigido que desechara. Perdió tanto tiempo en asuntos en los que no merecía la pena perder el tiempo que encontró algo nuevo, fascinante.
Charlie dominaba las escalas "raras". Y, para colmo, había conseguido un saxofón nuevo.

martes, 7 de octubre de 2014

Cuatrocientas mil visitas

Qué barbaridad. Entre todos vosotros habéis entrado en este blog cuatrocientas mil veces.
Parece increíble.
Desde julio de 2010, cuando lo creé, han pasado cuatro años de poca (y fea) actividad profesional, pero de muchos estímulos y satisfacciones personales.
Gracias a este blog he "conocido" a muchos nuevos amigos y he intercambiado opiniones y discusiones con gente muy interesante.
(He escrito "conocido" entre comillas porque casi todos vosotros sois para mí nuevos amigos virtuales, vivís -vivimos- en el mundo 2.0, en un espacio raro, y aún no he tenido la oportunidad de estrecharos la mano ni daros un abrazo).


No me puedo creer que lleve cuatro años largando, ni que vosotros llevéis cuatro años (con más o menos fidelidad, con más o menos temporadas de descanso) leyendo.
Cada vez que escribo una entrada me quedo convencido de que ya no voy a ser capaz de escribir nada más, de que ya he dicho todo lo que tenía que decir y no me queda nada. Pero entonces surge un nuevo estímulo que despierta algún recuerdo dormido, o que me indigna, o que me hace divagar y elucubrar.
Ya sé que me repito mucho, porque mis obsesiones y convicciones son las que son, y siempre estoy dando vueltas sobre ellas.

Me emocionan las sorpresas y alegrías que me da este blog siempre. Me sorprende ver las estadísticas del blog y saber cuántas entradas hay cada día, y desde cuántos países, y qué entradas son las más leídas, y con qué palabras de búsqueda acaban algunos en mi blog (muchísimas veces de forma involuntaria, casual y pintoresca).
En general hacéis pocos comentarios (proporcionalmente al número de visitas), pero cuando os tomáis la molestia de hacerlos decís cosas muy inteligentes y muy agudas (y también muy hermosas).
En más de mil trescientos comentarios que ya habéis escrito en este blog apenas hay veinte o treinta negativos, y aun estos son muy respetuosos y agudos, y hacen una crítica inteligente. (Sólo recuerdo dos insultantes y estúpidos).
Es un auténtico placer y un auténtico lujo teneros como lectores.

Me pesa mucho la responsabilidad. Mejor dicho, me pesa mucho la perspectiva de haber llegado hasta aquí. Pero seguiré como siempre; no puedo ser de otra manera, y además se me notaría mucho. Este es un blog personal en el que opino lo que creo y con el tono más natural y coloquial posible, y en el que creo que vosotros os sentís también cómodos. Al menos me gusta pensar eso. Me gusta pensar que este es un lugar de encuentro entre amigos, tanto los visitantes habituales como los despistados que llegan buscando otra cosa pero se quedan (eso espero) a leer alguna entrada.
Por lo que a mí respecta, estáis en vuestra casa. Seguid comentando lo que os parezca y lo que os apetezca o interese. Leo todos los comentarios con ansiedad, con adicción. A menudo no los contesto porque me da la sensación de que con ello podría parecer que quiero tener la última palabra, y no es así. Por el contrario, os la dejo siempre a vosotros para que añadáis a las entradas lo que os parezca.
Muchas gracias a todos. Yo por mi parte os prometo que seguiré siendo un bocazas.