lunes, 25 de febrero de 2013

El no sé qué

El sábado 23 de febrero el magnífico programa Documentos, de RNE, estuvo dedicado a Miguel Fisac: "La arquitectura de Miguel Fisac: Hormigón de carne y hueso". (Clica sobre el título si lo quieres escuchar).
La buena arquitectura acaba triunfando, y Fisac, que estuvo en la cresta de la ola desde el principio de su carrera profesional hasta los años sesenta, y que en los setenta sufrió un injusto y vergonzoso olvido, vuelve a ser apreciado, y encuentra de nuevo sitio en la historia de la arquitectura española. Lo celebro, porque todos tenemos mucho que aprender de él. Todos los días.


Fisac, además de tener unas enormes dotes como arquitecto, era un honrado pensador sobre la arquitectura. Quería entender la arquitectura contemporánea para entenderse a sí mismo, y quería saber cómo tenía que ser un edificio y una ciudad, y, sobre todo, cómo tenía que ser un arquitecto para hacer bien su trabajo.
Transmitía sus pensamientos de una manera sencilla y directa. Se le entendía todo, y eso me gusta mucho. (Es lo que a mí me gustaría conseguir). Pero, a menudo, ese afán de sencillez le llevaba a simplificar en exceso la exposición de sus ideas. (Ojo: No digo que sus ideas fueran simples. Digo que es simple su exposición). Era muy didáctico. Yo tuve una vez la ocasión de escucharle en clase y me entusiasmó lo que contó y cómo lo contó.
El caso -y a lo que voy- es que él decía que su arquitectura se fundaba sobre cuatro pilares o cuatro premisas. (En el programa de RNE lo explica desde el minuto 34:45 hasta el 36:00):

1º.- El para qué.- Que resuelva los motivos por los que se ha hecho. (Programa de necesidades, condicionantes de partida...).
2º.- El dónde.- Que responda al lugar en que está, y a sus condiciones climáticas, paisajísticas, históricas, culturales...
3º.- El cómo.- Que se haya hecho con los medios técnicos más idóneos, más baratos... Que funcione bien... etc.
4º.- El no sé qué.- "Después viene... el nó sé qué. Y es cuando viene la parte de arte".

Queda muy clara la explicación, y cualquiera que no sea arquitecto entenderá con ella no sólo la importancia de la arquitectura, sino la importancia de hacerla bien y de ser honrado y coherente con ella. Pero a mi juicio sobra el cuarto pilar. O, mejor dicho, está incluido en los otros tres. Tiene que trabajar con ellos, en ellos (es ellos), y no está bien que aparezca luego, como un invitado caprichoso y a mesa puesta.
Creo percibir un cierto pudor en Fisac cuando enuncia ese punto. No sólo no sabe explicarlo (de ahí que lo llame el "no sé qué"), sino que parece como si le diera un poco de vergüenza que "después" tenga que venir "la parte de arte".
(Y la verdad es que sí que da un poco de vergüenza, y hasta un poco de fastidio, que tenga que venir esa parte. "Es cuando viene la parte de arte". Como cuando viene una visita, o un pariente pesado, o como cuando, tras una deliciosa comida, viene la cuenta).
Es injusto que el para qué, el dónde y el cómo actúen con sensatez, lógica, inteligencia y honradez para que luego venga el loco de la casa, el no sé qué, a echar las patas para lo alto. No. Eso es trampa.
El cómo, según Fisac, incluye el medio técnico, el económico, el funcional... ETCÉTERA. Pues en ese etcétera cabe todo, hasta cualquier no sé qué y cualquier sí sé qué.

martes, 19 de febrero de 2013

Contra el arte

Hace tiempo que quería soltar alguna filípica contra el arte, contra este concepto de arte que nos tiene a todos encorsetados y estériles. Ya está bien de arte. Hagamos las cosas bien, hagámoslas con precisión, con atención, con inteligencia, y dejémosnos de chorradas.
El arte, en general, es un concepto más que discutible, pero incluir a la arquitectura en ese concepto es ya delirante. (Esto merece una entrada aparte).
Siempre se ha entendido como arte lo artificial (de hecho, son palabras que vienen de la misma raíz). El arte vendría a ser eso: artificio (hecho con arte) realizado con inteligencia y habilidad. Siempre se ha hablado de "artes mecánicas" y de "artes liberales". En ese sentido sí quiero ser artista, como lo es un médico, un abogado o un fontanero: Alguien que ante un problema tiene que estudiar, pensar, calcular, inventar y actuar con eficacia y utilidad.
Lo malo es cuando el arte se sublimó, cuando la gente puso los ojos en blanco y cara de bobo, empezaron a sonar violines celestiales y todos se derritieron de emoción. Así nos va.
Diego Velázquez fue el pintor más famoso de su tiempo (tanto que el Rey de España lo mandó como regalo al Papa de Roma para que le pintara). Era el gran gran artista, pero no paró hasta que le hicieron Aposentador Real, sólo nueve años antes de morir, que eso sí que era un cargazo: Funcionario de alto rango y muchísima dignidad. ¿Qué era para Velázquez el arte entonces? Pues un oficio, y claramente inferior al de mayordomo o acomodador. (En su época los acomodadores estaban muy bien vistos).

No pretendo contar la historia de la evolución del concepto "arte" en dos páginas, pero sí me gustaría hacer notar el cambio del papel del artista y, sobre todo, el cambio de su propia conciencia de artista.
Esto ha ocasionado una mayor valoración tanto del arte como del artista, lo que, en principio, me parece muy bien, pero también ha ocasionado excesos y estupideces bochornosas.
En eso estaba más o menos cuando empecé a leer la recopilación de cartas de Saul Steinberg a su amigo Aldo Buzzi. (Media Vaca, Valencia, 2012)


Me ha llamado mucho la atención cómo se fustiga Steinberg cada vez que intuye que está haciendo arte, cada vez que descubre en su obra ramalazos artísticos. Eso, para él, es desviarse de su oficio, caer en el error, en la autocomplacencia y en la inutilidad.
Cito algunos fragmentos de sus cartas:

Una falta completa de juicio causada por el grosero deseo de ser Artístico. [...]
Vidas arruinadas por el Arte.
[...] Hablo también un poco de mí. (21-8-1989)

Se hace arte para evitar trabajar. (31-8-1987)

Quien trabaja para el Arte es pronto olvidado. (16-10-1985)

Considero el arte el enemigo Nº 1 del artista. El arte como intención, se entiende. (31-5-1982)

Igualmente, odia la personalidad del artista, la atención que se le presta y la importancia que se le da:

Le he encargado al fotógrafo una foto de pasaporte -tamaño un poco mayor del natural. He recortado la cara y se la he endosado a un modelo, de modo que he sido fotografiado para las revistas sin rastro de mí mismo. (23-10-1966)

Son también frecuentes sus apariciones al contrario: Él realmente, pero cubierto con una máscara o con una bolsa de papel en la que a su vez hay dibujada una cara.


Una critica feroz a la fama del artista, a la veneración que se le da a quien es un profesional con un trabajo duro, como cualquier otro.
Pero también le descubrimos en estas cartas como bastante pesetero, bastante satisfecho del dineral que le pagan por sus obras, y también muy interesado por las buenas opiniones y críticas que suscita en la gente que le interesa. No veo contradicción; entiendo perfectamente ese sentimiento. Dije que el artista es exactamente igual que un médico, un abogado o un fontanero. Mejor dicho: Lo que dije es que el médico, el abogado y el fontanero son artistas. Una cosa es que ellos mismos se abochornarían si se celebrase su trabajo como sublime, estético, divino, etc, y otra es que no quieran ser reconocidos y tan bien pagados como merecen.

martes, 12 de febrero de 2013

Me han puesto una medalla

Estoy encantado, porque me acaban de poner una medalla.

Un grupo de estudiantes de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura La Salle (ETSALS), de Barcelona acaba de estrenar la revista digital Q9. Como ellos mismos dicen, "es revista, ágora digital y fuente de información útil hecha por y para estudiantes de arquitectura".
Y a los muy noséquéllamarles, en la sección dedicada a las redes, al mundo virtual de internet (blogs, twitter, facebook, etc), no se les ocurre otra cosa que dedicar su atención a este blog. (Clicad aquí)
(Ni que decir tiene que me hago el duro y el cachondo, pero estoy con los pelos de gallina, como dijo aquél).
El autor del artículo es Miguel Ángel Aguiló, un hombre experto en estas cosas (os he puesto el enlace a una sola de sus múltiples facetas), y seguidor de este blog desde hace tiempo, para mi honra.
A pesar de que tengo este blog desde julio de 2010, aún me siento como un recién llegado, y a veces como un intruso en este mundo virtual tan nuevo para mí. No podía sospechar cuando empecé a escribir aquí que mis reflexiones, quejas, obsesiones y paridas les pudieran interesar a tanta gente, y a gente tan joven.
Es una gran satisfacción encontrarme por aquí, en este mundo paralelo, pero a menudo más real que el real, con amigos a quienes no conozco personalmente, físicamente (se dice "desvirtualmente"), pero con quienes comparto opiniones e incluso confidencias. Qué raro es todo esto.
Si digo a menudo que este blog es terapéutico para mí, con episodios como este no es que sea ya terapéutico, sino que se vuelve más que gratificante: epifánico.
Muchas gracias.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Nuevo artículo mío en Veredes

A primeros de cada mes, hasta junio, publico artículo en veredes.
(Es una muy buena página, cuyo enlace os acabo de poner para que la exploréis a gusto).


Y, como estamos a primeros de febrero, acabo de publicarlo.
Pasé el otro día por delante de una casa que hice hace tiempo, y miré su alero con ternura. El artículo me salió del tirón, porque es un asunto en el que he pensado siempre: Los arquitectos salimos de la escuela con una formación superferolítica. Hemos tenido, en general, grandes profesores de proyectos, que nos corregían los croquis y nos pulían y pulían. Crecíamos mucho, aprendíamos, y llegamos a adquirir un cierto nivel. Venga, sin modestia: Un muy alto nivel.
Sin embargo, cuando salimos de la escuela nos toca construir en el mundo real, para gente (nuestros clientes) no especialmente educada en la arquitectura, y que no tienen un criterio formado en ella. Sin embargo, son sus gustos los que mandan.
A menudo, ante esta perspectiva nos desanimamos. Pocas veces entendemos a nuestros clientes, y eso es algo que no deberíamos permitirnos si queremos ser arquitectos honrados y decentes.
Bueno. Os dejo el artículo. Si os apetece, clicad aquí.
Gracias, como siempre, por vuestra cariñosa atención.

lunes, 4 de febrero de 2013

Gone with the wind

En estos tiempos todos estamos en un ambiente muy malo, pero los arquitectos especialmente.
En mis últimas entradas me he traicionado a mí mismo: He sido llorica y he ofrecido un espectáculo lamentable. Y eso es algo que nunca nadie se debe permitir. (Bueno, un ratito sí, y sólo ante gente muy querida, pero sólo eso). Nunca hemos sido llorones. Ya está bien.

Antes de retomar el ritmo hablando de arquitectura hago hoy un corte para limpiar los establos y dejar este blog reluciente, listo para nuevas entradas.

Así que, tras curarme el escozor refugiándome en una tableta de chocolate cuyas consecuencias no se puede permitir mi oronda silueta, busco un disco infalible e intemporal, una bomba del sentimiento y de la técnica. (Qué bárbaro es emocionarse con un sentimiento que no está fabricado por el sentimentalismo traicionero y manipulador, sino por el dominio de la técnica. Eso es un auténtico placer de dioses).

Tengo unos cuantos discos de jazz, que visito con concienzuda irregularidad, pero a menudo recalo en el mismo, que, como he dicho antes, es infalible. No es un jazz duro, intelectual, frío (que en otros momentos me interesa mucho), sino caliente y emocionante, que sale de las tripas de los músicos y que llega hasta las tripas del oyente. Es una debilidad mía, y vuelvo a él como a un viejo amigo siempre comprensivo y generoso.

Se trata del milagro que grabaron en septiembre de 1956 el genial pianista ciego (¡cuántos pianistas ciegos!) Art Tatum -para muchos el mejor pianista del jazz desde sus primeras grabaciones de los años treinta- y el no menos genial, poderoso, tremendo saxo tenor Ben Webster, para mí el número uno de todos los saxos tenores de la historia (y los hay mejores técnicamente, y los hay tremendamente poéticos, evocadores, expresivos, y tengo muchos discos de todos ellos, pero siempre acabo con Ben Webster y sus soplidos desbocados).
El disco se titula The Tatum Group Masterpieces: Art Tatum & Ben Webster, y no es que ellos formaran grupo o algo así, sino que es una grabación ocasional y circunstancial, pero muy oportuna. Ambos habían nacido en 1909. Tenían, pues, cuarenta y siete años, y estaban en plena madurez creadora y técnica, en el mayor dominio de su profesión, de su arte y de su oficio. Tatum murió menos de dos meses después de esta grabación.
(Acompañan a la pareja el contrabajo Red Callender y el batería Bill Douglass, muy buenos profesionales que saben que ellos no son las estrellas y que se limitan a ser competentemente discretos).


El disco, como digo, es una de las cumbres del jazz, y no tiene desperdicio. Os pongo su primera pista, que es la del descubrimiento de esta pareja insólita: Gone With the Wind.

Dura cuatro minutos con cuarenta segundos, y Ben Webster se hace esperar; pero, cuando al fin llega, aaahhh. Por favor, escuchadla sin pensar en nada. Sólo escuchadla, y luego os comento un par de cosas.



Lo primero que me sorprende es que son dos músicos muy diferentes. Art Tatum es un virtuoso del piano, y da muchas notas pequeñitas, mucho parloteo, mucho adorno, escalas para arriba, escalas para abajo... Lo que hace es una preciosidad. Parece un colibrí aleteando. Se acompaña él solo: Usa la perfecta mano izquierda para llevar el ritmo, el acorde, la base, que le permite a la derecha colibrear, jugar, corretear de aquí para allá.
Art Tatum es capaz de tocar la pieza él solo. ¿Para qué necesita a Webster? En el segundo 16 parece que le ha puesto en suerte para que empiece, pero no aparece. Vale; es normal que Tatum, como músico principal, presente el tema y hasta se haga un coro él solito. De acuerdo.
Lo hace estupendamente bien, y lo deja todo listo para que el saxofonista entre en 0:48. No lo hace. Parece que ahora sí, en 1:21. Pues tampoco. Art Tatum sigue esperando a Webster. Parece suficientemente capaz de pasarse sin él, pero es que había quedado en venir y no viene. Y Tatum le llama. (¿Lo notáis?: "Venga, Ben; te toca"), y hasta, una vez expuesto el tema por enésima vez, le hace un caracoleo desde 1:40 hasta 1:56 para que entre cuando quiera. Pues no lo hace. Por lo que Tatum tiene que volver a enunciar el asunto para volver a invitarle a entrar en 2:27. Y por fin entra. ¡Y cómo entra!
Se ha hecho de rogar más de la mitad de la pieza (dura 4:40 y los primeros 2:27 han pasado sin él).
Cuando al fin suena tiene un timbre tremendo. Qué bestia.