jueves, 31 de mayo de 2012

Historia Universal de la Infamia (y III)

Finalizo la trilogía que prometí, no porque no haya muchas más infamias, sino porque creo que vale con una de cada uno de los tres grandes. Y remato la serie con alivio, porque no está bien contar tantos trapos sucios.

A Mies van der Rohe se le ha acusado a menudo de haber sido demasiado dócil con los nazis. Esto tiene matices discutibles, pero mucha relación con la que yo considero su verdadera infamia, así que empezaré por ahí.
A Walter Gropius le sucedió Hannes Meyer en la dirección de la Bauhaus. Si la escuela, libre y vanguardista, había sido siempre más bien de izquierdas, bajo la dirección de Meyer lo fue ya decididamente. En pleno apogeo de los nazis, Hannes Meyer radicalizó la ideología política de la Bauhaus hasta límites intolerables por aquellos. En 1930 le expulsaron, y no estaban seguros aún de cerrar la Bauhaus. Mies les convenció de alguna manera de que la escuela se podía "reconducir" y serle útil al Reich. (En esa delicada relación están los elementos más criticables, en el sentido de que Mies traicionó a la Bauhaus y se la entregó a los nazis, pero también se puede hacer otra lectura y defender que él hizo todo lo posible por salvarla, y que la negociación con los nazis era inevitable. Yo, hasta ahí, le doy a Mies el beneficio de la duda).
Una vez defenestrado Meyer, Mies fue nombrado director. Lo primero que hizo fue una criba feroz de alumnos y profesores, hasta erradicar la ideología política de la Bauhaus. Mies era apolítico, y más en esos tiempos. ("Apolítico" puede entenderse en este contexto como "más bien de derechas", pero tibio y sin ganas de líos).
Algunos profesores no esperaron a que les despidieran, y dimitieron. Muchos alumnos se amotinaron, y fueron expulsados. Mejor dicho: Mies fue mucho más radical. Expulsó absolutamente a todos los alumnos, y posteriormente abrió un período de matrícula en el que examinó personal y concienzudamente a cada aspirante, para asegurarse de que las tonterías izquierdistas se habían terminado para siempre.
Mies contrató a Lilly Reich como profesora de Interiorismo y Decoración.


La había conocido en 1924, y le había impresionado profundamente (tanto que al poco tiempo abandonó a su mujer y a sus tres hijas por ella). Lilly había comenzado su carrera como diseñadora de moda, donde aprendió a valorar materiales, texturas, colores... lo que le sirvió de mucho para pasarse posteriormente al diseño de muebles y al acondicionamiento de espacios.
A Mies, siempre tan consciente y tan amante de los materiales, pero aún anclado a los tradicionales, le enseñó a valorar los tejidos, el vidrio, el acero, etc. Inmediatamente empezaron a trabajar juntos. Lilly le lanzó al diseño de muebles, y fue fundamental en proyectos tan fantásticos como el Pabellón de Barcelona o la casa Tugendhat.
Pero, aparte de lo que Lilly le aportó a Mies en el campo de la arquitectura, en lo personal le hizo reconsiderar su vida y su futuro. Se supone que vivieron una tórrida historia de amor, pero el único testimonio gráfico es este:


que muy tórrido, lo que se dice muy tórrido, no parece. Vamos, que no es como para derretirse de emoción. (No conozco -y juraría que no existe- ninguna otra fotografía en que aparezcan los dos).
Vida personal, vida profesional, incertidumbre ante el futuro... Años convulsos (que diría un clásico).
Philip Johnson (que era filonazi, y en ese momento lo era mucha gente) en 1933 escribió con entusiasmo que Mies tenía que ser el arquitecto del Tercer Reich. En ese momento Hitler aún no conocía a Albert Speer (estaba empezando a ver algunas cosas suyas). ¿Os imagináis si le hubiera hecho caso a Johnson? ¿Os imagináis si alguien le hubiera presentado en ese momento a Mies? La vida y la casualidad tienen estas cosas, y Mies estaba dispuesto a todo, y seguro que habría celebrado con entusiasmo ser el arquitecto del régimen.
Los nazis aún no sabían qué querían en materia de arte y de arquitectura, pero pronto se vio que la vanguardia no les gustaba nada, y la Bauhaus no duró ni siquiera bajo la dirección servil de Mies. A Hitler, que era un artista aficionado sin talento, sin cultura y sin imaginación, y que había querido ser arquitecto pero no tenía ninguna aptitud, le tiraba lo clasicote-mazacote, y la hábil elegancia de Speer con el neoclasicismo le acabó de definir arquitectónicamente. (Pero Mies era un gran admirador de Schinkel, y habría sido perfectamente capaz de traicionar la línea moderna y ejercer el neoclasicismo sin inmutarse).
Mies no se marchó corriendo a América, como Gropius, porque mantuvo las esperanzas de un futuro con los nazis. Su comportamiento a este respecto hoy se ve ridículo e incluso bochornoso, pero hay que comprender que en esos momentos la mayoría de la gente pensaba que era posible vivir y medrar con los nazis.
Mies hizo muchos y variados esfuerzos por conciliarse con la política artística del Reich, con encajar en ella. Pero los nazis eran contradictorios y brutales: Por una parte les interesaba la funcionalidad, la eficacia y la monumentalidad con tintes modernos, pero por otra querían un renacimiento nacionalista simbólico y enfático. Los esfuerzos de Mies nos lo muestran ahora como un bobo o, todavía peor, como un cobarde.
Por aquella época su vida parecía no correr peligro, pero tampoco tenía encargos, ni daba clases, ni nada.
Al poco tiempo, le llamaron de América y, ahora sí, se agarró a la oportunidad.

domingo, 27 de mayo de 2012

Porque sé que de este golpe

(He prometido una tercera entrega de la Historia Universal de la Infamia, y la estoy preparando, pero mientras tanto hay dos versillos que me martillean la cabeza y no me dejan en paz, y los he tenido que soltar. Así que esta entrada de hoy se cuela inesperadamente, y ahora sigo con lo que tenía planeado. Perdón por el desorden).


Mi madre (lo confieso) es muy aficionada a María Dolores Pradera. Yo, a pesar de que uno de sus guitarristas me dio clase de Análisis de Formas, no la he seguido nunca con demasiado entusiasmo.
Pero desde hace un par de años me vienen a menudo a la mente y a la boca estos dos versos de una canción suya:

Porque sé que de este golpe
ya no voy a levantarme

Ni sé cómo sigue ni cómo se titula, pero entono a menudo esos dos versos arrastrando un poco la voz, haciéndola un poco canalla, y con la convicción de que es una verdad absoluta.
Algunos nos intentan convencer de que sí, de que podemos levantarnos, de que vamos todos a levantarnos muy pronto, de que seamos fuertes. Yo creo más bien que debemos hacer un esfuerzo de voluntad y ser muy fuertes, pero para aceptar que tenemos que vivir tirados el resto de nuestra vida. No es tan malo. No pasa nada.
Pienso en esto y, no sé por qué, lo asocio con la Metafísica de los Tubos, de Amélie Nothomb (No sé si tiene mucho que ver, pero citar a la Nothomb es muy cool, y mola).
Me veo (nos veo) como a un gusano, una lombriz, una holoturia o pepino de mar. Es decir: un tubo. Somos tubos. Por un agujero, en un extremo, nos entra la comida, y por otro, en el extremo opuesto, la expulsamos. Por uno nos entra aire, por otro (o el mismo) lo expulsamos. Por uno el agua, por otro la echamos. Somos un tubo, un filtro. No somos nada más. Esa es nuestra física y también nuestra metafísica. Es interesante, e incluso consolador, hacer tubometafísica nothombiana.
Lo que ingerimos (aire, agua, comida) no es exactamente igual a lo que soltamos. Nos quedamos con una parte, que transformamos y procesamos. Esa el la vida. Eso es vivir. Eso son nuestros sueños, nuestros deseos, nuestras ilusiones: digestión.
Mientras tanto, no soñemos con heroicidades. Conformémonos con que nuestros riñones mentales y espirituales funcionen bien, y con vivir lo más aceptablemente posible en el lodo. (Lo más aceptablemente posible se refiere no tanto a las condiciones externas como a nuestra capacidad de aceptación).
En lo profesional, se nos dice cada vez más insistentemente que la sociedad no necesita arquitectos, no solo por la saturación de edificios que ensucian el mundo, sino porque nuestra profesión está mal concebida para el mundo actual, que se nutre básicamente de unos pocos, poquísimos, entes pensantes y de una cantidad considerable de semiesclavos, cuyo perfil idóneo es el de técnico de medio pelo.
Un arquitecto no encaja ahí. Un arquitecto es un ser anacrónico, y un poco ridículo.
Se nos dice que consideremos que un arquitecto no es solo quien proyecta edificios. Que también (y ahora sobre todo) se necesitan arquitectos para hacer informes, para hacer ITEs, para hacer tasaciones, para esto, para aquello y para lo de más allá. No os engañéis. Somos arquitectos. Eso somos. No le hacemos puñetera falta a nadie, pero somos arquitectos, joder.
Los colegios profesionales dan pábulo a espabilados que celebran cursos de reciclaje. En el COAM te soplaban doscientos euros (precio de amigo solo para colegiados) para decirte que mandaras tu formación a la mierda y diseñaras páginas web. ¡Yo no quiero diseñar páginas web! Además, también vamos a ser un montón de gente diseñando páginas web.
Yo soy arquitecto, quiero ser arquitecto. Ya sé que si no hay trabajo como arquitecto tendré que vender lavadoras, qué remedio; pero eso no justifica que nadie, con una sonrisa de oreja a oreja, me anime a vender lavadoras, me venda la moto de que tengo que reciclarme haciendo un cursillo rápido de vendedor de lavadoras y después, cuando me haya encasquetado la corbata de vendedor y haya llenado el maletero de mi coche con catálogos de lavadoras, me dé una palmada en el hombro y me diga que está muy orgulloso de mí.
Al menos, seamos conscientes de que estamos en el lodo y de que somos tubos, como las lombrices. Vivamos dignamente arrastrándonos, heridos, mutilados, sin esperar el resurgimiento, sino mucho más heroicamente, porque sabemos que de este golpe ya no vamos a levantarnos.
Algunos hemos trabajado mucho durante el boom, pero los nuevos… ¿qué va a ser de ellos?
Harán lo que sea. Algunos saben tocar la guitarra. Otros tienen sex appeal. Otros cocinan muy bien. Sobre todo, que nadie pierda el honor, que nadie intente mirar a lo alto, con ojos de carnero degollado. Miremos hacia abajo, como el toro a punto de embestir, revolcados por el fango. Y si tenemos que vender una lavadora lo haremos, pero con los dientes apretados de rabia y de resistencia.
Los que puedan, que vivan de sus ahorros; los que puedan, que vivan de sus recuerdos; los que puedan, que vivan de sus ilusiones; los que puedan, que vivan de su orgullo. Y los que tengan algo que decir, que den un paso atrás y se callen.

martes, 22 de mayo de 2012

Historia Universal de la Infamia (II)

Se suponía que esto iba a ser un blog sobre teoría y crítica de arquitectura, pero al final tiene más cotilleos que otras cosas. Y es que yo soy muy fan y muy mitómano, y las vidas de mis héroes me interesan incluso más que sus obras. (Creo que sería un estupendo colaborador en la sección de arquitectura de Telecinco, suponiendo que tal cosa pudiera existir algún día).
En mi sórdido recorrido por la ignominia de los más grandes, hoy me toca hablaros de Le Corbusier.
Pero antes os tengo que hablar de Eileen Gray, una decoradora irlandesa, experta en lacados, diseñadora de muebles y de tejidos, y que las escasísimas veces que tuvo que diseñar una casa lo hizo magistralmente, sin despeinarse, con una facilidad pasmosa.


Cada vez que leáis una reseña sobre Eileen Gray leeréis la palabra "lesbiana" para empezar. (Creo que el enlace que he puesto a la wikipedia es uno de los poquísimos sitios en que no se dice). A mí eso me duele. Yo tardé bastantes años y bastantes libros en enterarme, por casualidad, de que Louis Henry Sullivan era homosexual, pero con Eileen Gray basta que leamos una pequeña nota para que nos lo digan. ¿Por qué? Uno diría que hay alguien que piensa que ser lesbiana equivale a ser un marimacho y, por lo tanto, a una especie de pseudohombre, y que solo así se entiende que pueda haber habido una mujer en el Movimiento Moderno capaz de hacer casas tan buenas como las que hacían los hombres.
No sé. Tal vez haya algo de eso. Armémonos de paciencia, porque aún no hemos empezado a contar las humillaciones y vejaciones que tuvo que soportar esta mujer.
Eileen Gray fue una de las personas más sensibles y más innovadoras en el campo del "diseño total del espacio", entendiendo por tal cosa el mobiliario, la luz, las texturas, los colores, los tejidos... Abarcó un campo en el que los arquitectos del Movimiento Moderno apenas habían reflexionado por entonces, y llegó a logros prodigiosos.
Era un espíritu libre, que no quería estar atada a nadie ni a nada. Nunca quiso casarse, y vivió sucesivas historias de amor que a los pánfilos como Le Corbusier les dejaban estupefactos.
Una de estas historias la tuvo con Jean Badovici, un arquitecto rumano que...
-Espera, espera. ¿No habías dicho que Eileen Gray era lesbiana?
-Sí. Y repito que así lo dicen sus biografías.
-¿Y este Badovici?
-Pues eso, que la Gray debía de ser lesbiana pero menos. De todas formas, no apearéis del burro a quienes tienen ese puntito morboso. Lo más que conceden algunos es que fue "bisexual", que sabe Dios qué pretenden que signifique. Yo preferiría que a la gente se le dejaran sus gónadas y costumbres en paz, pero no puede ser. Telecinquismo puro. Menciono esto porque me parece fundamental para entender una parte de la obsesión del Corbu.
Sigamos: Jean Badovici era arquitecto de formación, pero sobre todo era crítico, y editor de la importantísima revista L'Architecture Vivante; y era amigo de Le Corbusier, de quien había publicado muchas obras.
Eileen y Jean estaban muy enamorados. Se construyeron una estupenda casa en la costa azul para vivir en ella su amor. La casa fue diseñada por ambos, aunque al parecer lo fue principalmente por Eileen, y Jean se limitó a poner la "profesión", solucionando detalles técnicos. Desde luego, tanto la elección del lugar como las ideas principales de la configuración de la casa, y todo el acondicionamiento interior fueron obra exclusiva de Eileen. (También fue ella quien costeó la obra).
A la casa la llamaron E.1027, que parece un nombre muy técnico y muy frío, pero que esconde el anagrama de sus iniciales. (E de Eileen, 10 de la letra J = Jean, 2 de la letra B = Badovici, y 7 de la letra G = Gray).

 

La casa fue construida entre 1926 y 1929. Por aquella época, como he dicho, Badovici tenía mucha relación con Le Corbusier, y le invitó varias veces a la casa.
El Corbu se quedó literalmente conmocionado tanto por la casa como por la autora. (Sabía que Badovici no era capaz de hacer eso). Jamás hasta entonces había visto tal integración del diseño de mobiliario, alfombras, tapices y cortinas con la arquitectura moderna en un todo fantástico. Por otra parte, el emplazamiento era de ensueño, las vistas magníficas, y la sensación de estar en esa casa era de alegría, de luz, de espacio, de amor, de felicidad en suma.
Por otra parte, Le Corbusier era un paleto, y nunca había conocido a una mujer como Eileen. (Yo juraría que no se enamoró de ella, pero sí que le obsesionó, incluso le debió de dar algo de miedo).
El caso es que Le Corbusier se hacía invitar a esa casa a menudo, e insinuaba que tal pared quedaría muy bien con uno de sus murales. Esas insinuaciones ponían frenética a Eileen, que había pensado cada detalle de la casa y que la quería justo como era, sin necesidad de que nadie viniera a meterle mano ni a pintarrajear.

sábado, 12 de mayo de 2012

Historia Universal de la Infamia (I)

Creo que no hay duda (y escribo "creo") en celebrar a Frank Lloyd Wright, a Le Corbusier y a Mies van der Rohe como los tres más grandes arquitectos del siglo XX. Hay decenas de geniales arquitectos, y cientos de arquitectos extraordinarios, pero creo que estos tres son otra cosa. Al menos en mi opinión. Los he citado, además, en el orden que ocupan en mi afecto y en mi corazón: Frank Lloyd Wright, Le Corbusier y Mies van der Rohe. Es más, ya puestos, secundo la afirmación de Bruno Zevi: "Frank Lloyd Wright es el más grande arquitecto desde las cavernas".
Sin embargo, estos tres brillantísimos arquitectos tienen también sus zonas oscuras, sus infamias monstruosas, y mi obligación autoimpuesta es contarlas aquí. Cada uno de ellos cometió más de una, pero voy a contar solo una de cada uno: No sé si la más vil. Tal vez sí.
Tengo que alegar que a estos héroes o se les santifica o se les ataca sin piedad, motivo por el que sus puntos negros nunca están claramente contados: O se disimulan e incluso se niegan, o se amplifican desproporcionadamente. Yo intentaré ser objetivo, aunque tengo las fuentes que tengo. Creo que lo que digo es verdad en su conjunto, aunque seguro que me fallan muchos detalles.
Hoy me dedicaré al primero, a quien siempre he venerado, a quien le dediqué mi tesis doctoral y hasta le escribí una novela (que os podéis descargar en este blog) para intentar exorcizármelo (quitármelo de encima) y apearle del altar en que le tenía. (Lo malo es que el canalla aguanta en el sillón presidencial de mi corazoncito a pesar de todo. Es como una lapa).

Vamos con la infamia.

Albert Chase McArthur fue el mayor de los tres hijos de Warren McArthur, un exitoso hombre de negocios cuya casa construyó Frank Lloyd Wright en 1892, en Chicago. El muchacho creció admirando al genial arquitecto. Tanto que él mismo se hizo arquitecto, y llegó a trabajar a las órdenes de su ídolo entre 1907 y 1909.
En 1927, Charles y Warren McArthur, los dos hermanos de Albert, compraron un terreno al pie del Monte Camelback, cerca de Phoenix (Arizona), y le encargaron el proyecto de un hotel: El Arizona Biltmore. Albert se puso a trabajar en el diseño del edificio y decidió emplear el sistema de bloques de hormigón que había creado su maestro. Convenció a sus hermanos para que pagaran a Wright por los derechos de utilización de esos bloques. Wright les vendió los derechos por un dineral, olvidando el pequeño detalle de que en su desastrosa situación legal y financiera le habían embargado todo lo que fuera susceptible de ser embargado, incluyendo, por supuesto, esa patente. Pero es que, además de vender lo que no era suyo, como no tenía trabajo se presentó en Phoenix a ayudar a Albert, sin que él se lo hubiera pedido. Albert ya tenía el diseño del edificio terminado, y Wright se entusiasmó al verlo.
Wright caracoleaba por el estudio con Olgivanna, estorbando, reconsiderando cosas que ya estaban resueltas, mareando a todo el mundo hasta que Charles, el hermano de en medio de los McArthur, y jefe de la empresa Arizona Biltmore, le pidió con el mayor tacto que se volviera a su casa, pues su hermano se bastaba y se sobraba para terminar los detalles del proyecto.
Albert hizo el trabajo con toda su ilusión, con toda su alma, con tanto amor por sus hermanos como por su maestro Wright.


El resultado fue una obra muy atractiva, con un aire wrightiano inconfundible. Menos "inspirada" y menos "magistral" que las auténticas obras de Wright, pero, al fin y al cabo, una muy digna pariente de ellas.
La obra se inauguró el 23-F de 1929. En seguida apareció el abogado del auténtico dueño de la patente de los bloques y les metió una demanda de pronóstico a los hermanos, que tuvieron que volver a pagar por utilizar los bloques. (No sé si le pidieron a Wright que les devolviera el dinero, pero lo llevaban claro).
En todo caso, Wright no devolvió un dólar (no lo tenía), pero a cambio se mostró tan amable, tan cariñoso, tan solícito con su discípulo, que cuando vio la obra terminada dijo:


"Ha quedado tan mal como esperaba".

¡Qué generoso! ¡Qué manera de devolver amor y cariño!
Albert le adoraba, y su esposa se había hecho muy amiga de Olgivanna. A cambio, Wright se burlaba de la mujer y del hijo de Albert siempre que podía.
Pero volvamos al hotel.

lunes, 7 de mayo de 2012

Alga-Robic Horror Show

Acabo de bajar un puesto en el ranking de ebuzzing, así que por una parte me resigno: "El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó. Bendito sea su santo nombre", y por otra me relajo, desciendo un par de peldaños de la escala cultureta en el post de hoy y voy a un tema de cajón. Lo siento. No estoy para teoría arquitectónica. No estoy de humor. Dejadme en paz. (Snif).

El Hotel Algarrobico es uno de los iconos de la España del milagro inmobiliario, del País de las Maravillas, del Vivalavirgen, de las carreras contrarreloj de peladores de cigalas, de catas de vinos (con gaseosa) de más de cien euros la botella, de puracos habanos cohiba y/o montecristo, de las traductoras rumanas, de las flotas de audis, bemeúves, jáguares y porsches (pronúnciese pooorsh).


Edificado con un par. Bueno, con muchos pares: Ahí los ponen encima de la mesa alcalde, concejales, presidente de la comunidad, ministro de Medio Ambiente, consejeros, técnicos... Ejemplo palmario del Bóquépassa y del Chicotraeotradecaviarperodelbuenobueno.
Fue construido (ya digo, con varios pares) en la playa del Algarrobico, costa de Carboneras, Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar. (¿Parque Natural? ¡Pero si estaba todo desértico! ¡Si estaba mu soso! ¡Si lo que estaba pidiendo a gritos era un bunga-bunga que lo pusiera en órbita!).
Esta casita rural de 411 habitaciones y nosécuántas plantas (pero escalonadas para no causar impacto) iba a estar acompañada por otros ocho hoteles de... ¡síííi! ¡de lujoooo!, miles de chalés y apartamentos y...  ¡síííi! ¡un campo de goooolf!
(Por Dios: El golf. Qué cansinos con el golf).


Se ha hablado mucho de este hotel, de este atropello, de este horror, pero creo que no se ha dicho lo más importante: ¡Y es que es muy malo! ¡Muy malo!
¿A quién se le ocurriría pasar unos días de vacaciones en ese sitio? Por muy ciego que esté uno con el golf, por muy alienado que le hayan dejado con tanta retahila de chorradas fantásticas, ¿quién hace una reserva en ese sitio? ¡Madre mía, qué adefesio!

sábado, 5 de mayo de 2012

Antitwitter

Ahora que cada vez estoy más convencido de entrar en twitter porque... No lo sé. Mi amigo Andrés y mi amiga (virtual) @acafeole me han terminado de convencer. Ahora que voy a entrar, digo, aprovecho para decir qué tengo contra twitter, que es como decir qué tengo contra este mundo en el que vivimos, qué tengo contra la gente, contra la tecnología, contra la vida, contra mí mismo o contra Dios.
Oscar Niemeyer está hospitalizado a sus ciento cuatro años y no es el mejor momento para meterse con él. Además, ya lo hice y no me gusta ensañarme. Pero es que leo una cita suya: "de un trazo nace la arquitectura", y no puedo callarme. Es otra vez lo mismo que ya dije: No, señor. La arquitectura no nace de un trazo. Un trazo no es nada. Por eso hace usted unos edificios tan esquemáticos y tan pobres. La obra no sale de una inspiración graciosa sin más. La obra es trabajo, es ajustar muchas cosas, solucionar muchos problemas, sudar mucho. Y cuando el resultado queda contenido, ligero, etéreo, grácil y airoso, no se debe a un gesto rápido (que siempre estará mal resuelto), sino al talento de mantener el arado firme hasta dominar a los bueyes que no querían colaborar.
Por lo mismo, los ciento cuarenta caracteres del twitter son lo justo para decir una parida graciosa o una frase genial, o para hacer más soportable a ese plasta que en cuanto te descuidas te endilga una parrafada de veinte minutos. Pero hay pocos conceptos que lo resistan; hay pocas ideas que quepan en twitter. Twitter no es nada: Es la radiografía de un suspiro, es el ectoplasma de un anémico pajarillo azul.


Sí: La concreción es una virtud; la síntesis es un acierto. Vale. Es verdad. Pero recuerdo haber visto en la tele a un periodista entrevistando a un sabio y diciéndole eso tan tremendo de: "Explíquenos, por favor, la estructura del adeene, pero con palabras sencillas, que las entienda todo el mundo". Y me vino a la memoria aquella definición tan maravillosa de la célula que le dio Castelar a Ramón y Cajal: "Querido amigo Ramón: Sepa usted que la célula es un animalito muy pequeño imprescindible para la vida". A lo que el científico no tuvo más remedio que asentir con la mirada baja y las orejas rojas de puritita vergüenza ajena.
Pues eso: Definiciones cortitas, conceptos sencillos, brevedad y compendio. ¿Que no son ciertos? No importa. ¿Que son meras ocurrencias vanas? No me líes con tus pesadeces. No me des la barrila, que me canso.
También recuerdo a una famosa presentadora televisiva (de las que después escriben libros y todo) pidiéndole un soneto a un escritor de moda, y puntualizándole: "pero uno cortito". Me levanté enfurecido del sillón, y con el puño enhiesto, amenazador, vociferé el verso de Lope: "¡Catorce versos dicen que es soneto!"
Yo necesito los catorce versos, y, si quisiera conocer la estructura de la doble hélice (que no quiero; vamos, ni por lo más remoto), me dispondría a dedicar no menos de una semana para que alguien me la explicara con harta paciencia y así alcanzar un palidísimo atisbo.
Yo necesito un poco más de texto, un poco más de chicha, un poco más de pájaro azul. Yo soy de los que se leen la novela antes de que salga la película. Pero la gente ya no quiere ni ver la película; menudo rollo. Con ver el tráiler vale.
Me acuerdo de una frase de Woody Allen, tan buena como todas las suyas: "Tomé clases de lectura rápida y conseguí leer Guerra y Paz en veinte minutos. Creo que iba de algo sobre Rusia".

martes, 1 de mayo de 2012

El arquitecto municipal

Si hay un arquitecto ligado a una ciudad, y, aún más, si hay un arquitecto ligado al desarrollo urbanístico de una ciudad, ese es Willem Marinus Dudok a Hilversum.
Dudok nació en Ámsterdam en 1884, y a los dieciséis años inició su carrera militar. Fue destinado a las colonias de Indonesia, y a su vuelta sirvió en la unidad de telegrafía de Utrecht. Con veintitrés años fue teniente, con veintisiete se casó y tuvo una hija.
Este hombre, que al parecer valía para todo, decidió buscarse un oficio en el mundo civil y fue nombrado Director Suplente de Obras Públicas en Leiden. ¿Dónde había aprendido sobre obras? No lo sé, pero creo que igual podría haber sido Director Suplente de la Filarmónica de Ámsterdam (su padre era violinista, y su madre pianista) o delantero centro del Ajax. Hay gente que lo mismo sirve para un roto que para un descosido.
Al año siguiente le llegó el nombramiento de capitán en la reserva y nació su segundo hijo.
En 1915, con treinta y un años, consiguió el cargo de Director de Obras Públicas en Hilversum, municipio al que quedó vinculado de por vida (y fue larga: murió meses antes de cumplir noventa años).


Además de hacer el Ayuntamiento de Hilversum (obra maestra de la arquitectura de todos los tiempos), Dudok participó en los planes de ordenación de la ciudad, proyectó sus colegios, sus barrios residenciales, centros comerciales, etc., con una calidad arquitectónica apabullante.
He viajado muy poco, pero tengo la suerte de haber estado en Hilversum. Es una ciudad estupenda, coherente, limpia, clara, hermosísima. Desde sus exactos trazados urbanos hasta el más humilde porche para bicicletas de su más modesta escuela infantil, rezuma encanto, belleza, simpatía y talento por todas partes.


Dudok hizo una obra magnífica, que supo concertar las dos corrientes antitéticas de Holanda: Por una parte, su obra se hace eco de la plasticidad (la neoplasticidad) de De Stijl, con sus ángulos rectos, sus planos que "se pasan de largo" en los encuentros, volando y disparándose, abriendo la caja constructiva; y, por otra, toma el expresionismo de la Escuela de Ámsterdam, con sus volúmenes de ladrillo, sus formas rotundas y su "tremendismo". Tanto es así que, sin ser miembro de ninguno de los dos grupos, a menudo se le encuadra tanto en uno como en otro. Y eso que no tenían nada que ver.
¿Nada que ver? Bueno: Los dos movimientos adoraban a Frank Lloyd Wright.