domingo, 29 de enero de 2012

Turismo criminal

No me gusta llevar un ritmo tan irregular en mi blog, pero es que acabo de ver una foto en EL PAÍS y no me he podido resistir:
Que el turismo es una plaga es algo de lo que estoy convencido desde hace mucho tiempo, pero reconozco que cada día me sorprende más.
El turista es lo contrario del viajero. Este último quiere saber, quiere conocer, mientras que el primero solo quiere que le den una sorpresa y que luego le sirvan su paella en Kazajistán.
El turista no tiene tiempo (ni ganas, ni capacidad) de plantearse nada. Solo quiere sorprenderse rápidamente por algún detalle pintoresco. Siendo pintoresco, todo vale: un edificio, un animal, un baile, una comida... Pero ha de ser rápido. El turista puede probar una comida rara si luego le garantizan su paella y su cocacola, y puede ver cualquier cosa rara, la que sea (un crimen, un rito religioso, un baile, una catástrofe...), siempre que se le garantice la impermeabilidad absoluta, para que todo le resbale y nada le penetre en su interior, por lo demás vacío.
El turismo se ha cargado los lagos, los bosques, las costas, las ciudades históricas, las costumbres, la cultura... El chamán de la tribu lleva puesta una camiseta de Messi, y a cambio el empleado de la agencia de seguros se vuelve a casa con unos abalorios o con unas cabezas reducidas (falsas, de PVC, made in China).
(Y no quiero ni entrar en el turismo que se basa en aprovecharse de la pobreza de otros países).
Todo es falso, nada queda, nada progresa. La globalización no nos lleva a un mutuo enriquecimiento, sino a un mutuo embrutecimiento, a una ignorancia ecuménica.
Solo queremos estímulos, sin importarnos si hay algo detrás. Y tenemos el paladar tan saturado que ya no apreciamos sutilezas: sólo el chile muy picante, que a su vez nos atonta e insensibiliza más; motivo por el que pedimos chile aún más picante. Y así ad infinitum.
La arquitectura-espectáculo, la arquitectura-turismo, la arquitectura-sorpresa es lo de menos. Es solo arquitectura. Lo que queremos ahora es ir a Texas a ver ejecuciones. Venga, a ver quién lo organiza.
¿No se enseña Auschwitz? Pues eso.

sábado, 28 de enero de 2012

Rob Krier: Retorno al pasado

En la plaza de Euskadi de Bilbao, justo delante del parque de Doña Casilda el ¿arquitecto? Rob Krier ha perpetrado este edificio:

Hablar aquí de este crimen de lesa arquitectura sobra: A los que sabéis lo que es arquitectura no hace falta que os diga nada, y a los que no entienden no podré convencerles.
A pesar de todo, me lanzo.
Es una obra rara, ubicada en un tiempo imposible (¿finales del S.XIX? ¿principio del S.XX? ¿neo art-deco?). Es un decorado pintoresco, casi simétrico (pero no del todo) en sus volúmenes, y nada simétrico en sus colores. Como si fueran varias casas de varios arquitectos que obedecieran una misma ordenanza pero tuvieran los rasgos distintivos propios de ser obras diferentes.

Ese alzado huele. Y huele mucho. A muchas cosas. No soy capaz de descomponer los diversos aromas. Apenas esbozaré algunos.
Está dibujado voluntariamente "a la antigua", y evoca, además, la peor época de la arquitectura: un estilo arrepentimiento, un eclecticismo cobarde que en su momento manifestaba un gran despiste y una angustia ante lo que se asomaba por el horizonte: la modernidad. Un estilo que, hacia 1910, no era art nouveau ni tampoco era moderno, ni clásico, ni nada. Un neotodo y neonada, una arquitectura que apenas se atrevía a ser, para una burguesía que se sentía desplazada. Puestos a hacer la chorrada de imitar un estilo, se ha ido a elegir el más triste.
Incluso en la forma de dibujar el proyecto se regodea blanditamente con esas nubes a la acuarela. Qué grima me da.
Además de masturbarse con acuarelas lilas, el Krier ha diseñado unas cuantas estatuas. Siempre hace estatuas en sus edificios. Le gusta mucho. Imaginaos las estatuas. Ni os las pongo.
No merece la pena seguir. No quiero echar leña, porque no serviría para nada. Sólo quiero tocar una cuestión.

sábado, 21 de enero de 2012

La película de moda

The Artist es la película de moda.
Es una película muy buena, con momentos emotivos, divertidos... inolvidables.
Pero lo único que dice todo el mundo, entusiasmado, incluso poniendo los ojos un poco en blanco es:
-¡Es en blanco y negro! ¡Y m... m... muda!
Lo más comentado y celebrado de la película es que el director-autor ha tenido las santas narices de filmar una película en blanco y negro, y muda. A estas alturas.
Qué valor, qué integridad artística, qué talento más grande.
Que conste que los espectadores indignados que han pedido en varios cines del Reino Unido que les devuelvan el dinero al enterarse en la sala, atónitos, de las dos gracias de la película, me parecen unos zoquetes. ¿Pero es que no se habían enterado? Hay gente que va sin saber a lo que va.
Que conste, digo, que no estoy de acuerdo con ellos. Son los mismos que o se van indignados de una ópera cuando se dan cuenta de que es cantada o siguen el aria marcando el ritmo con las palmas. Son los que quieren extasiarse ante el vidrio impenetrable y reflectante de La Gioconda, sin poder ver nada, y pasan de largo ante los otros leonardos sin darse ni cuenta de que están ahí. Son, en definitiva, los que vienen de la Alhambra diciendo que les gustó más El Escorial, y vienen de El Escorial diciendo que les gustó más la Alhambra. (Y los que dicen que Toledo es
Pre.
Cio.
So.
Pero muy cansino).
Ahora bien: Dicho lo cual, a mí me parece que hacer ahora una película muda es ser muy estupendo, ¿no?. Casi más que Garci.
El fabuloso cine mudo se hacía con los mayores avances técnicos de la época. No tenía nada de revival, sino, por el contrario, era una revolución tecnológica. Cada plano, cada efecto, cada secuencia, era un desafío técnico. ¿A qué viene, pues, esta ñoñería?

martes, 17 de enero de 2012

En estuche de regalo

La Villa Saboya de Le Corbusier es una obra maestra, y por lo tanto es muchas cosas. Se ha hablado y escrito muchísimo sobre ella, y se seguirá hablando y escribiendo muchísimo más. Como todas las obras maestras, es inagotable; porque no solo es lo que es, sino lo que cada uno de nosotros queremos que sea.
Yo tengo poco que decir, y aun eso poco ya estará dicho más de una vez. Pero, de todas formas, voy a decirlo. Es apenas una observación marginal (como de costumbre) y tal vez un poco simplista (como de costumbre).

Le Corbusier tiene un croquis muy famoso en el que simplifica cuatro formas de diseñar o de concebir un edificio. Es muy claro, como siempre:
La primera es diseñarlo como el edificio quiera ser; dejarlo crecer y manifestarse libremente, orgánicamente. Cada pieza y cada espacio se ubican según convenga y toman la forma que necesiten. (El ejemplo que dibuja es su casa La Roche/Jeanneret en París).
La segunda es hacer un volumen macizo, compacto. (Tiene muchos edificios así, aunque ninguno tan soso ni tan torpemente macizo. Podría ser, por ejemplo, el edificio de Manufacturas Duval, en St. Dié, o el Secretariado de Chandigarh).
La tercera es hacer una estructura muy rígida y cuadriculada y moverse libremente dentro de ella. (Conceptualmente tiene muchas obras así, pero ninguna tiene la forma del croquis nº 3. Pongamos por ejemplo el Centro de Artes Visuales de Cambridge, en la Universidad de Harvard, y el Palacio de Congresos de Estrasburgo).
Y la cuarta es la suma de todas las anteriores: Una disposición en planta que se organiza libremente (véase la zona rayada), pero que exteriormente parece un volumen compacto, una caja, y que, con una estructura regular, se toma todas las libertades que quiere. (El ejemplo palmario de esta es la Villa Saboya).
En definitiva, es un regalo dentro de un estuche.
Es una caja nítida, regular, maciza (un poco sosa), pero que esconde algo totalmente distinto. La caja de regalo (con lacito y todo: las paredes curvas del solarium) no permite adivinar lo que hay dentro. El interior es una verdadera sorpresa. Es justo como cuando abrimos un regalo. Dentro de la sosa caja de cartón hay algo estupendo.

miércoles, 11 de enero de 2012

Otra charla de Oiza: Mies vs Aalto

Estoy nostálgico con mis años de escuela y con las charlas de Oiza. Voy a tomar otra vez la máquina del tiempo para evocar otra charla suya.
Entre el cuatro de noviembre de 1982 y el nueve de enero de 1983 (esta vez lo sé con exactitud porque conservo el catálogo) hubo una estupenda exposición de Alvar Aalto en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid (que estaba justo al lado de la Escuela de Arquitectura).
Como la teníamos al lado (y la entrada era gratuita para nosotros) la vimos un montón de veces.
Uno de aquellos días (no sé si cerca de la inauguración o de la clausura) Sáenz de Oiza dio una conferencia. Habló como siempre, apasionadamente, poniéndose las gafas ya sobre la frente ya en los ojos, gesticulando y alzando la voz. Si tantas veces nos preguntábamos para qué narices estábamos estudiando esa estúpida carrera (álgebra, ampliación de física, legal...) Oiza nos volvía a poner las pilas siempre.
Aquel día habló de Alvar Aalto como opuesto a Mies van der Rohe. Opuesto en el término del que acabamos hablando aquí un día sí y otro también: en la funcionalidad.
Para Oiza, Mies era un artista de la forma. Un hombre que había encontrado la forma perfecta y que aún la perfeccionaba y depuraba a cada paso.

Le podían encargar una universidad, y la hacía (paralelepípedo de vidrio y acero).

Así se ve por fuera:
Y así por dentro:

También podía proyectar un gran teatro (paralelepípedo de vidrio y acero).
Así sería por fuera:
No se construyó, pero podemos imaginarnos como sería por dentro:
Otra imagen: Un collage de un proyecto de Concert Hall:

Y también proyectaba un museo (paralelepípedo de vidrio y acero).
Vista exterior:
Y vista interior:

Como veis, todo es parecido, y da igual que sea un auditorio, un museo, una universidad... o una vivienda. La forma es exquisita, la tensión dramática del silencio expresivo es inefable, la sensibilidad es sublime. Pero son siempre cajas de vidrio. En ellas se puede alojar un hospital o un cine. Con esfuerzo. Con mucho esfuerzo.
Decía Oiza que Mies van der Rohe hacía auditorios antiacústicos. Con micrófonos, altavoces, etc, y con todos los avances tecnológicos, se podía conseguir que sonaran. Pero esa tecnología iba a la contra de la arquitectura, porque esa arquitectura iba en contra de la función, a contrapelo.
Decía que Mies van der Rohe hacía coches con ruedas cuadradas, o sin ruedas. Luego les ponía cohetes en el culo, que les hacían arrastrarse, que los llevaban hacia adelante aun a pesar suyo. Cohetes que hacían moverse a aquellos coches inmóviles y casi inamovibles.
Me quedé con esa idea: Mies hacía los más sublimes coches de ruedas cuadradas.

miércoles, 4 de enero de 2012

Arte urbano

Mi sobrino David, siempre atento a todo tipo de estímulos, me ha dado a conocer una colección de 103 fotografías de arte urbano. (Clicad aquí).
Es arte espontáneo, con ejemplos poéticos, tontos, chorras, críticos, etc.
Hay de todo: Cosas inteligentes y meras ocurrencias. Pero lo que más me interesa es que el espacio público está disponible para que todos lo leamos a nuestro modo.
Una de las cosas que más me han gustado es que muchos de estos ejemplos se ocupan de pequeños desastres, como para curarlos (uno pone literalmente una tirita). Se ocupan de rincones fracasados y les dan una oportunidad, y descubren belleza o ironía donde parecía imposible que las hubiera.
Muchas de las imágenes que más me han gustado han sido las discretas, las pequeñas, las que dejan un pequeño secreto, o las que parecen una mera broma privada. Mucho más que las grandilocuentes. Me pasa como con la arquitectura.

Nota.- Eso de que el espacio sea público significa que es de todos. Es decir, que no es de nadie en exclusiva. Nadie tiene derecho, por hacer una gracia, a fastidiarme la plaza en que paseo. Tampoco tiene nadie derecho a hacer algo que a mí me haga gracia, pero no a los demás. (Esto deberían pensárselo mucho los alcaldes glorieteros y rotonderos, con las "cosas" que ponen). Pero, reconociendo todo esto, ya me gustaría a mí que los grafiteros de mi pueblo tuvieran el talento que se ve en estas imágenes. La inmensa mayoría de grafitti y chorradillas que rodean y acosan mi espacio -TE AMO MARTA- ni tienen comas ni tienen puñetera gracia.