sábado, 31 de julio de 2010

Aarón (y dale)

"Moisés dijo a Yavé: 'Pero, Señor, yo no soy hombre de palabra fácil, y esto no es ya de ayer ni de anteayer, y más aún que estás hablando a tu siervo, pues soy torpe de boca y se me traba la lengua'" (Ex,4,10).
"Encendióse entonces en cólera Yavé contra Moisés, y le dijo: '¿No tienes a tu hermano Arón, el levita? Él es de fácil palabra. Él te saldrá al encuentro, y al verte se alegrará su corazón. Háblale a él, y pon en su boca las palabras, y yo estaré en tu boca y en la suya, y os mostraré lo que habéis de hacer. Él hablará por ti al pueblo y te servirá de boca, y tú serás Dios para él'". (Ex,4,14-16).

Vuelvo a lo que dije ayer: Aarón es un artista. Hace (dice) cosas muy bellas, pero sin contenido.
Creo, y repito, y repetiré siempre, que esa faceta "artística" no le hace ningún favor a la arquitectura.



Seguro que muchos conocéis El Mundo Today, un periódico de coña en internet. Pues daban la noticia de esto de Calatrava en Nueva York bastante mejor (a mi juicio) que muchas revistas serias de arquitectura.
Para leerlo, pinchad aquí.

Nota 1.- Hoy se ha movido el contador muchísimo. Gracias.
Nota 2.- Caigo en que a José Antonio Corrales le llamé "gran artista". No me refería a eso. No era un Aarón. No hacía "cosas bonitas".

viernes, 30 de julio de 2010

Moisés y Aarón. Vacaciones

Estoy muy animado con el blog, y ahora que voy a tener más tiempo (aún), el cuerpo me pide escribir, y escribir, y escribir.
Pero voy a parar un poquito por vosotros.
No soléis hacer comentarios (muchísimas gracias a los que lo hacéis), pero en el contador veo que lo visitáis a menudo, más de lo que yo esperaba cuando empecé. Sin embargo, estos días el contador ha pegado un frenazo brutal. Esto puede ser porque ya os hayáis cansado de mí (Dios, qué manera de aburrir en dos semanas), o porque estéis de vacaciones, o con horario de verano, o con mucho calor... qué sé yo. El caso es que de lo que sí os habéis tomado unas vacaciones, al menos, es de este blog.
Paro, porque lo de Heidegger sí que quiero que lo leáis, e incluso que me digáis algo, y os advierto que lo de Moisés-Aarón va a caer en septiembre. Es pregunta de examen y quiero que os la miréis.
Creo que si venís en septiembre y os encontráis veinte o treinta post nuevos os vais a desanimar y vais a pasar definitivamente de mí. Así que paro un poco. O al menos cambiaré el tipo de posts y los haré más ligeros y veraniegos.
Si alguien quiere curso de verano, o tertulia, o lo que sea, que lo diga. Que me deje algún comentario. Yo miraré a diario (y con ello seré el único que mueva el contador de visitas). Si os veo a alguno por aquí os contestaré u os diré algo.
Buenas vacaciones.
Os pongo deberes de verano, tarea de vacaciones: Moisés y Aarón.
Moisés era tartamudo. Conocía la palabra de Yahvé y la tenía que predicar, pero no se le daba nada bien hablar en público. No "transmitía". Se trabucaba, se liaba y lo echaba todo a perder. Su hermano Aarón, por el contrario, tenía una hermosa y bien timbrada voz, entonaba muy bien y cautivaba al auditorio. Pero no conocía el mensaje que había que transmitir. Solución: Moisés se lo explicaba a Aarón y éste, sin terminar de entenderlo bien, se lo contaba a su pueblo con bellas palabras y hermosos gestos. A Aarón le daba igual ocho que ochenta. Él soltaba el discurso que le pusieran delante, incluso sin entenderlo ni asimilarlo. Sólo así se explica que cuando Moisés subió al Sinaí Aarón aprovechara el tiempo haciendo un ídolo, un becerro de oro. Después de las plagas, los discursos ante el faraón, el báculo y la serpiente, el éxodo, las aguas del Mar Rojo y todo lo demás, no se había enterado de nada.
Simplificamos y reducimos a símbolos. Nos queda:
MOISÉS.- Tiene las ideas claras y conoce el asunto, pero no tiene talento artístico para "hacerlo bonito", para adornarlo. Sus obras quieren ser profundas y penetrantes, pero no le terminan de salir.
AARÓN.- No tiene ni idea del tema, pero tiene talento artístico y lo sabe "hacer bonito" y atractivo. Sus obras son muy bellas, pero él mismo no lo tiene muy claro.
Estos son esquemas extremos, y exagerados. Ya comentaremos casos reales, menos rotundos (comparar a Chillida con Aarón fue exagerado). Pero el modelo Moisés-Aarón, por su claridad y simpleza, nos puede servir para aclarar algunas cosas.
Ya lo veremos, porque el tema creo que da para más.

Martin Heidegger (Moisés y Aarón, caso 1)

Soy buen lector, y todoterreno: desde James Joyce hasta Jardiel Poncela, desde Raymond Chandler hasta Homero, desde García Márquez hasta Valle Inclán. Incluso a veces me aventuro con la filosofía. No tengo formación filosófica académica, y a menudo me pierdo, aunque hay filósofos como Aristóteles o Nietzsche a los que se les entiende todo, o casi todo.
Con el que no pude jamás fue con Heidegger. Por un prurito cultureta (la RAE acaba de admitir la palabra), oidor de que Ser y Tiempo era una obra imprescindible, la saqué de la biblioteca pública (tampoco era cosa de comprar el libro; no nos volvamos locos) y comencé a leerlo. Digo comencé, pero en realidad no pude ni terminar de leer la primera página. Es cierto que el existencialismo tiene mucha tela, y que el idioma alemán tiene más tela todavía. De todas formas, cuando veáis en un libro de filosofía una introducción del traductor, echaos a temblar. Siempre es para pedir perdón, para lamentarse de lo duro que es su trabajo y para jurar que ha hecho lo que ha podido. El alemán permite palabras-tren, construidas sobre la marcha a base de unir vagones. La estructura del idioma hace natural ese procedimiento. Al traducirlo al español queda artificioso, retorcido e incomprensible. Queda “el-Ser-en-cuanto-que-es”, “el-Ser-en-cuanto-que-actúa”, “el-Ser-siendo” y otras finuras. Al tercer párrafo en el que “el-Ser-en-cuanto-que-actúa” mira hacia “el-Ser-en-cuanto-que-es” y todo ello hace que “el-Ser-siendo” tenga conflictos con “el-Ser-sido”, uno se pregunta para qué narices está leyendo esa diarrea si, afortunadamente, nadie le va a examinar. (Porque me pasa lo que a Borges: que he leído siempre lo que me ha apetecido. No he estudiado letras y no he tenido nunca que leer un libro por obligación). Y se va uno a dar una vuelta siendo en cuanto que es, no sea que si uno ha sido no esté siendo.
Pues yo creía que era problema de la traducción, y que en todo caso era una deficiencia mía, de mis escasas luces. Pero acabo de leer unas frases de Jesús Mosterín que me han subido la autoestima.
En su volumen Los Judíos, de la serie Historia del Pensamiento, habla de Heidegger, de su militancia nazi, y de “su pensamiento irracional, oscurantista y lleno de frases sin sentido”. ¡Ya era hora de que alguien lo dijera!
Pienso en que el nazismo vivió de la irracionalidad, o, mejor dicho, del irracionalismo, de apelar a un vago sentimiento, a una difusa fiebre, a un entusiasmo acrítico, y pienso que la razón, lo racional, tan limitado y denostado ahora, es, al fin y al cabo, lo único que nos protege. Y pienso que ahora estamos, una vez más, celebrando la “inteligencia emocional”, lo afectivo, la intuición, y vamos llevando todo eso, a su vez, hacia lo pasional, lo irracional, lo espontáneo, lo disparatado y lo divertido, sin analizar ni comprender nada.
Y, además, me viene a la cabeza la relación entre Heidegger y Chillida, que se admiraban mutuamente sin comprenderse, pensando cada uno de ellos que el otro era un genio porque se lo había dicho alguien, pero sin entenderse. A mí que no me digan, pero ni Chillida entendía una palabrita de el-ser-en-cuanto-que-actúa-y-compra-en-Mercadona, ni Heidegger entendía nada del "arte degenerado" de Chillida.
Chillida es uno de los escultores más exquisitos, más bellos, más sensibles de la historia del arte. Sobre su obra estaríamos hablando horas, y nos quedaríamos sin haber dicho nada, porque a pesar de todo lo que se diga tiene una esencia inefable, de una capacidad sublime de expresión, de espacio, de vibración. Pero, ¿qué escribió Chillida sobre su obra y su pensamiento? Nada: Una colección de frases manuscritas, sugerentes por la belleza de su caligrafía, que no dicen nada. Chillida lo dice todo con su obra, pero con palabras no sabe decirnos nada. Pura irracionalidad, pura incomprensión.
Por otra parte, Chillida, siempre un ejemplo de civismo en su difícil País Vasco, siempre dando la cara ante la injusticia y el crimen, hace buenas migas con un nazi. ¿Lo sabe? Creo que no. Creo que no sabe nada.
Chillida me parece un claro ejemplo de Aarón. Heidegger ni eso. Porque Aarón era un artista, y lo que hacía era bello. A Heidegger no le veo la belleza. Veremos más ejemplos de Aarones y de Moiseses.
Mientras tanto, no nos avergoncemos de ser racionalistas. El racionalismo es lo que nos salva y lo que nos redime.

miércoles, 28 de julio de 2010

Ha muerto José Antonio Corrales

Me acabo de enterar, de casualidad, de que ha muerto José Antonio Corrales.
Murió el día 25 de julio, y han pasado tres días sin que yo me enterara. No vivo en una burbuja. Me paso el día escuchando la radio, viendo la tele, y de vez en cuando hasta me compro el periódico.
Me quedo consternado de que en este mundo hipercomunicado, en el que si a Belén Esteban le sale una verruga nos lo vocean (literalmente) hasta que se nos peta (literalmente) el cerebro, se muera uno de los más grandes artistas de nuestro tiempo y nadie diga nada.
Incluso el Colegio de Arquitectos, que todos los días nos brea a circulares y mensajes de todo tipo, tampoco nos ha dicho nada.
Lamentable.
Celebro haber hablado de él el otro día.
Descanse en paz, y aprendamos todos de su obra.

lunes, 26 de julio de 2010

No sé qué conservamos

El otro día vi que lo que tenía escrito ya alcanzaba la extensión que me parece adecuada para una píldora, y sentía que me quedaban cosas por decir. Por eso prometí seguir con ello. Pero visto ahora más fríamente, creo que no doy más de mí.
Iba a hablar de la peineta de encaje de acero (cortén, of course), de la escalera de esquinas blandas, de los techos de neones y de los de chapas… pero no. Lo resumo todo diciendo que cada ambiente, cada detalle, cada truco, tiene el material “adecuado”. O sea: demasiados trucos, demasiados detalles y demasiados materiales, pero eso es propio de nuestro tiempo, que no busca la unidad ni la coherencia en las obras, sino la diversidad, la capacidad de responder a cada pregunta en un idioma distinto.
Prefiero dejarlo ahí, repitiendo una vez más que Herzog y de Meuron siempre saben escoger los materiales, las respuestas y los idiomas. Plas, plas, aplausos y yatá.
Me voy a la Central Eléctrica de Mediodía, en Madrid, edificio que, efectivamente, estaba protegido. Es una correcta nave doble, de ladrillo, con estructura de… yanotá (fundición de hierro, a base de piezas roblonadas). Una nave de las de entonces, sin nada especial, con el esmerado trabajo de albañilería que se hacía en su tiempo, y que hoy nos produce cierta ternura.

La nave no tiene más valor que el tipológico, curiosa clasificación dentro de los bienes a proteger, y que quiere decir más o menos que no es una obra valiosa en sí misma, pero que remite a una época, a una sociedad y a unas circunstancias que merecen tener ese botón de muestra como testigo histórico. Según eso, habrá que proteger las chabolas y también los barrios marginales, pues tienen un alto valor tipológico, sociológico e histórico, y seguramente a algún historiador de dentro de unos siglos le gustaría ver todo eso.
Si es así, esta nave de ladrillo ya no podrá verla ningún historiador. ¿Dónde están sus demenciales generadores eléctricos, dónde su cubierta, dónde sus cimientos? ¿Dónde está el sabor de la época a la que remite?
He leído por ahí (Arquitectura Viva, nº 116, p. 86) que se cargaron el zócalo porque no tenía valor. Verdaderamente, las excusas que se escriben a veces son increíbles. Al final va a resultar que dejaron la nave levitando a la fuerza. Ellos no querían.
En cuanto a la interpretación, unilateral e interesada, de qué tiene valor y qué no, repito que me parece un gol por toda la escuadra a los aburridos garantes de la conservación del patrimonio. No creo que esa nave fuera merecedora de protección, pero si la consiguió no se la supieron proporcionar. La dejaron indefensa.
Al final, esa nave protegida habría languidecido sin un uso adecuado, se habría ido deteriorando y degenerando, y habría quedado sola, sucia, olvidada, muerta. Déjense por tanto de justificaciones tontas. La arquitectura es (quizá por encima de todo) emoción espacial, y pasar bajo un mamotreto de ladrillo suspendido en el aire, que casi te peina el quiquiriqui de la coronilla, es una emoción espacial. Y el Caixa Forum de Madrid te da esa emoción, y vale mil veces más que lo que valía la nave. Pero que no nos mareen con la conservación.
Y, repito, en este caso sí me parece pertinente la arquitectura espectáculo. Que se lo pregunten a los de La Caixa.

jueves, 22 de julio de 2010

Algunos comentarios sobre el Caixa Forum de Madrid

A cuento de mi penúltimo post y del acertado comentario de Pablo, elijo el edificio del Caixa Forum de Madrid, de los arquitectos suizos Herzog y de Meuron para comentar algunos temas recurrentes en mi monótono bullebulle mental.
Lo primero que he de decir es que estos dos arquitectos se distinguen por su elegancia, su buen criterio con los materiales, su rigor geométrico y su capacidad de "gestión" (quiero decir organización, optimización de recursos, etc, entiéndase como se quiera). Son arquitectos serios, competentes y fiables.
En el caso de Madrid optan por una solución espectacular ligada al encargo mismo. Solución espectacular para una arquitectura espectacular. Aunque la arquitectura-espectáculo normalmente me da alergia, en este caso no tengo nada que objetar. Hay edificios cuya función principal es ser un estandarte y llamar la atención. Este es uno de ellos: La Caixa no hace un edificio para montar exposiciones de Vlaminck porque sí. La condición de partida del encargo arquitectónico es que se note. Al menos hay que reconocer que Herzog y de Meuron no gritan histéricamente como otros, ni agitan ostensiblemente los brazos.
A todo esto, hay un punto de partida envenenado. Todo procede de que se quemó una estación eléctrica que había quedado desubicada en pleno Paseo del Prado, y quedó destruida e irreparable. Se optó por hacer una nueva central bajo la cuesta de Moyano y abandonar la cochambrosa nave de ladrillo.
Aquí viene la primera duda: ¿La nave de ladrillo estaba catalogada y protegida? (Me lo pregunto: No lo sé ni tengo muchas ganas de buscarlo en San Gúguel).
Porque la brillante (y caprichosa, y espectacular, y superguay) solución es levantar la nave existente, dejarla colgada en el aire y marcharse. Ahí se queda, como el borde del mar que levanta el niño en aquel cuadro de Dalí, y el que quiera entrar, el que se atreva, que pase por debajo, casi agachándose. Es el David Copperfield de la arquitectura urbana. (No me refiero al de Dickens, sino al ilusionista hortera).
Si la nave estaba protegida, habría que preguntarse por qué. No deja de ser una insulsa obra de ladrillo, muy propia de su época, sin otro valor que el "tipológico", que, por cierto, ha quedado completamente destruido y adulterado. Si estuviera protegida, digo, habría que preguntarse por qué se protegen estas cosas y se derriba la pagoda de Fisac. Si hubiera estado protegida, añado, menudo gol que les han metido Herzog y de Meuron a los vigilantes del patrimonio. Vaya golazo.
Y si no lo estaba, entonces fueron los suizos los que buscaron el desafío porque sí, el "más difícil todavía", el ilusionismo Copperfieldiano para dejarnos a todos con la boca abierta. Lo decía el otro día: enormes recursos técnicos capaces de realizar cualquier cosa porque sí y para epatar.
Manierismo, tardomanierismo, disparate. ¿Por qué? Por lo que decía Pablo en su comentario: porque es cachondo. De acuerdo. Cachondo lo es un rato. Y reconozco que la especial "funcionalidad" del edificio, su razón de ser y su misión principal es "ser cachondo", y además añado que estos tíos tienen gracia, y además que su desafío es impresionante. Pero eso no contradice nada, creo yo, de lo que decía el otro día.
(Se me hace muy largo lo que llevo. Seguiré con el tema. La cosa sigue. Quedan más elementos epatantes).

miércoles, 21 de julio de 2010

Emilio

(Prometí escribir sobre el Caixa Forum, pero este asunto tiene preferencia, porque hoy voy a comer con Emilio).
Emilio es amigo mío desde el primer día que entré al hall de la Escuela de Madrid. Despistado entre el gentío de novatos, y sin saber a qué grupo pertenecía, me encontré con otros cinco chicos de mi edad (más o menos) y de mi cara (más o menos).
Corrígeme si me equivoco, Emilio, pero yo diría que érais Jesús Herraiz Tapia, Juan Guerrero Pacheco, Carlos González Tausz, Jesús Guiñales Encinas (Garfunkel) y tú. Cuando me arrimé a vosotros me sacabais ventaja, porque ya os conocíais desde hacía tres o cuatro minutos.
Deambulamos como tontos hasta que nos dijeron que los nuevos teníamos que subir a las aulas de dibujo técnico, y allí, ante unos tableros de dibujo en los que seguramente había cursado Juan de Villanueva, una multitud de pánfilos escuchamos a una profesora llamada Helena Iglesias, que nos dijo a voces que ya había demasiados arquitectos y demasiados estudiantes de arquitectura, y que lo mejor que podíamos hacer era irnos de allí entonces, que estábamos a tiempo.
Por algún problema de entendimiento, o de falta de riego sanguíneo, seguimos, aguantamos, tragamos carros y carretas. De los seis que he dicho (incluido yo) terminamos la carrera la mitad. Los otros tres cayeron antes de terminar tercero. (Nuestra carrera eran seis cursos más el fin de carrera).
Con Emilio he estado toda la vida, desde el otoño de 1977, con etapas de relación más o menos intensa, y ahora le estoy esperando para comer con él.
Hicimos la carrera coincidiendo en todas las teóricas pero en ninguna gráfica. Nuestra relación era curiosa, porque son las asignaturas de proyectos las que unen más y crean más ambiente de compañerismo, y no el álgebra o el legal. (Del legal mejor no hablo).
Todo lo que llevo escrito es para decir que ambos nos acordamos perfectamente de un día, ya en el tramo final de la carrera, sentados en la escalinata del pabellón viejo, que nos preguntamos qué iba a ser de nosotros, cómo y en qué íbamos a ser capaces de trabajar.
Yo, aparentando una seguridad que no tenía, le dije que era muy fácil: Pondría una placa en el portal (obviamente en el de la casa de mis padres) y empezarían a llegar clientes.
Pues bien: No sé cómo, de una manera milagrosa, empezaron a llegar clientes. Y no puse la placa. Nunca he tenido placa.
Eran clientes sin pretensiones ni ideas arquitectónicas, clientes de aquí te pillo aquí te mato, que casi nunca me dejaron ejercer la arquitectura como yo la entiendo, pero que pagaron las minutas de honorarios y me permitieron casarme, comprar una casa, etc. A menudo les he echado la culpa de no dejarme volar, de no dejarme soñar, crear, etc. Excusas. La gente que tiene algo que decir siempre encuentra el modo de decirlo, y yo, a estos clientes míos, sólo les debo gratitud y respeto.
Emilio es un máquina de las estructuras. Hijo de un hombre honrado de la generación de los “sin título” (mi padre también es un “sin título”), que hacían de ingenieros, calculistas, delineantes o lo que fuera, y lo hacían bien porque aprendieron cómo, y se llevaban el trabajo a casa, y lo sacaban adelante, y trabajaban los sábados (entonces se trabajaba los sábados) y algún domingo, Emilio, como sus hermanos, estaba llamado a las estructuras, a hacer posibles los sueños de sus compañeros, a realizar lo realizable (y casi lo irrealizable), a pelear, a ajustar los costes, los plazos, los cantos, las flechas.
Milagrosamente, después de aquella conversación en la escalinata del pabellón viejo, los dos conseguimos “buscarnos la vida”. Ya digo que sigo sin saber cómo ocurrió.
Acabamos la carrera con un cuarto de siglo de edad, y ha pasado otro cuarto de siglo. O sea, que ahora tenemos medio (y miedo), y vemos que la cosa está muy mal y tenemos que afrontar enormes y traumáticas transformaciones, e incluso redefiniciones y reinvenciones. Vamos a comer juntos. Le estoy esperando de un momento a otro. Lo bueno sería que después del café nos fuéramos a la escuela, nos sentáramos en la escalinata del pabellón viejo y nos preguntáramos el uno al otro qué va a ser de nosotros, y cómo y en qué vamos a ser capaces de trabajar ahora.
Si ya lo conseguimos una vez, seguro que lo volvemos a conseguir otra. Y será igualmente inexplicable y milagroso.
Sé que seguiremos haciendo arquitectura.

sábado, 17 de julio de 2010

Miedo

Acabo de empezar a escribir este blog hace nada. ¿Para qué? ¿Por qué? Ya me lo preguntaba el primer día. No lo sé. Pero veo que lo he empezado con miedo, agarrándome a ideas seguras sin querer afrontar la complejidad del presente. Tal vez el objeto de este blog sea mostrar mi temor, huir o buscar refugio. En ese caso, mal voy. Para ese viaje no habrían hecho falta estas alforjas. La situación arquitectónica actual preocupa y desconcierta. (No hablo de la depresión económica ni del hundimiento de las finanzas; eso es otro negociado. Hablo de cosas serias: de la creación arquitectónica). Hace muchas décadas que hemos ido derivando del manierismo post moderno al barroco, y ahora estamos ya en los estertores del tardobarroco. Constatamos que por más que Calatrava, OMA, Zaha Hadid, etc, exageren y retuerzan sus formas, varíen sus propuestas, compliquen sus planteamientos, ya no tienen nada que decir. Pero es que hurgamos un poco más y nos quedamos petrificados viendo que ya nadie tiene nada que decir. Las épocas manieristas, y no digamos las post manieristas, se caracterizan porque en ellas todos tenemos sofisticadas herramientas y medios para decir cosas, pero no tenemos nada que decir. Por ello, y para mantenernos activos y productivos, nos pasamos el día enredando, mareando la perdiz, haciendo cosas muy meritorias, muy complejas, muy sofisticadas, y totalmente inútiles y prescindibles. La arquitectura actual es una vomitona de formas vanas, tontas e innecesarias, que resuelven brillantemente problemas equivocados y mal planteados, pero lo peor es que la reacción minimalista contra ello, con sus poéticas cajitas vacías, sus sutiles hendiduras de luz en un muro ciego, constituye otro vano intento tardobarroco, igualmente innecesario. Y el high tech de Foster, y esto, y lo otro, y lo de más allá, no son sino otras bonitas distracciones, otra manera de escaquear el bulto. ¿Y qué hago yo ante esto? ¿De qué hablo en medio del caos? De maestros de los años sesenta, de la arquitectura moderna española de hace medio siglo. Pues no. Eso no vale. Ese ejercicio de morriña es una huida, una cobardía. Valga en mi defensa que intento hablar para gente no muy experta, e inculcarles el amor por la arquitectura desde una base sencilla y con una vocación pedagógica, pero eso no me autoriza a decir obviedades sobre qué es la arquitectura (a lo que he dedicado tres capítulos) cuando no tengo ni idea. O, mejor dicho, no tengo ni idea de qué es la arquitectura ahora. Envidio sinceramente a nuestro comentarista serrozar, que parece feliz en este mundo tan confuso, y encuentra motivos de placer en el caos, en la basura, en la canción del verano, en la Terremoto de Alcorcón, en los centros comerciales o en donde sea, porque es una hoja en el río, que aprovecha la corriente, navega, hace giros y trompos, viaja y crece con todo lo que le ofrece la vida. Yo, en vez de hojilla soy un zapato viejo, que intenta navegar pero se hunde. No encuentro nada por ningún sitio, y eso que me consta que la humanidad nunca se rinde, y que saldrá por algún lado. La crisis de identidad y de conciencia se resolverá de algún modo, y alguien encontrará fuerzas para hacer algo. Mientras tanto, estoy expectante. Intento pensar. Intento vislumbrar alguna cosa. Si alguien tiene una pista, que la diga.

viernes, 16 de julio de 2010

El pabellón de España en Bruselas, 1958

Después de comentar el gimnasio del Colegio Maravillas (1962), hoy voy con otra obra maestra de la misma época (1958). No tienen nada que ver ni en el planteamiento, ni en las condiciones, ni en el programa, ni en nada. Sólo en que son dos brillantes ejercicios de arquitectura “de verdad”, pura, sin concesiones a nada y sin tonterías.
Un pabellón para una exposición universal no se sabe bien qué es: Un contenedor, o una nave para exponer productos, hacer un baile regional, dar vino y jamón… y que tenga “un algo”. Con semejante planteamiento se pueden hacer desde enormes dinosaurios de plexiglás hasta cajas tornasoladas. Da igual.
Los arquitectos José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún diseñaron una célula básica que sirviera para generar un organismo. Una unidad que formara una trama en planta y una modulación en sección, para poder adaptarse a la forma irregular y a los desniveles del solar que les habían dado, que además tenía árboles que había que conservar. Esa célula tenía que ser autosuficiente, y resolver por sí misma el problema de la cubierta y del desagüe. Así se podría repetir, adosar, multiplicar y extender sin pedir ayuda, sin exigir soluciones a cada momento y sin molestar. Esa célula tenía que ser, por otra parte, la cosa más tonta del mundo.

Y se les ocurrió una seta-sumidero de planta hexagonal, una especie de paraguas cóncavo, embudo que tragara el agua.
Hace muchísimos años tuve el privilegio de escuchar a Corrales y a Molezún en el Johnny explicando el pabellón. Se preguntaban el uno al otro, riendo, cómo se les ocurrió esa tontería, y la comentaron de la forma más inmediata y natural del mundo; sin aspavientos ni raras filosofías de la forma, sino sólo explicando los aspectos prácticos. (Otra cosa es que el resultado fuera sublime). Me recordaban a John Ford, que se enfadaba cuando le llamaban artista. Y lo era.


Bastantes años después, ya fallecido Molezún, Corrales nos explicó el proyecto a unos pocos afortunados. Conservo como preciado recuerdo su dedicatoria en el libro que les publicó Xarait.
El pabellón tiene también en común con el gimnasio su despreocupación por la fachada o, mejor dicho, el valor de la sección (como ha comentado Pablo) como concepto de proyecto y solución de los problemas, y por tanto la fachada como una consecuencia natural y antirretórica de todo el proceso.
El terreno se banqueó en plataformas con un metro de desnivel, adaptándose lo más posible a la topografía original. Las cubiertas de las setas formaban conjuntos de niveles con saltos de un metro. En esos saltos entraba la luz natural.
El conjunto fue un bosque de paraguas, flexible y capaz para todos los usos previstos, muy poco costoso pero exquisito.

Para colmo, los paraguas eran desmontables. De modo que al terminar la expo de Bruselas se llevaron a Madrid y se reinstalaron en la Casa de Campo, formando otro pabellón, con otra forma adaptada al nuevo solar, y con un resultado igualmente orgánico y flexible.



(Lo malo es que en este país tan raro, en el que hay que conservar la más estúpida moldura del siglo diecinueve, el magistral pabellón de la Casa de Campo ha muerto de miseria y de roña, sin que nadie se ocupara de él, chabolizado y masacrado ante la impavidez de los que se dicen defensores del patrimonio artístico. Así nos va).

miércoles, 14 de julio de 2010

El Gimnasio Maravillas

En 1962 el Colegio Maravillas de Madrid necesitaba ampliarse, y tenía para ello un solar endiablado.
El problema era muy difícil, pero el arquitecto Alejandro de la Sota lo resolvió con una gran sencillez. Como ocurre a menudo con las soluciones brillantes, parecen muy fáciles, porque parece que la cosa no podría haber sido de otra manera. (Inmanencia, que dije el otro día).

El colegio daba a dos calles, con un gran desnivel entre ellas. Tanto que la cubierta del nuevo gimnasio quedaría a la altura del patio de recreo. Así que ésta se usó como prolongación de aquél.
Para salvar el gran vano del gimnasio (no se suele admitir de buen grado que una pista de baloncesto tenga columnas en medio) se hicieron unas enormes cerchas, pero a su vez la forma de éstas sirvió para alojar dentro unas aulas.

Entre cercha y cercha se colocó un suelo para las aulas. Éstas se asomaban al gimnasio, y tenían las gradas debajo.

Las aulas tenían buena luz, la forma curva del suelo les daba muy buena visibilidad. Tenían ventilación natural y a la vez estaban protegidas del ruido del tráfico de la calle de Joaquín Costa.

Lo que resulta muy curioso, y es lo que quería relacionar con nuestro amigo Del Bosque, es que De la Sota hace un truco muy hábil, resuelve un problema muy difícil, pero no presume. Como le pasa a Iniesta, mete el gol, pero le da vergüenza que le aclamen por ello. Así, a la hora de hacer la fachada, sencillamente no la hace. No hay "fachadismo". Todos nos volvemos locos por las fachadas, pero a De la Sota "le sale sola". Resuelve funcionalmente el problema, y el aspecto final será el que sea.
(Eso no es del todo cierto: Hay que elegir el color del ladrillo, el de las carpinterías metálicas, su división, etc. Pero lo hace sin retórica vana. Sin presumir. Como los chicos de la roja).
Conozco a algún estudiante de arquitectura de fuera de Madrid que vino a ver esta obra maestra que le habían recomendado que visitara. Le dieron la dirección exacta, pero no había visto fotos ni nada. Llegó allí, miró por todas partes y no encontró la maravillosa obra de la que le habían hablado, sino sólo una tapia de ladrillo muy sosa. Y se volvió.

martes, 13 de julio de 2010

La roja

Hoy he estado en una movida de esas de entregas de premios, de discursitos y de autobombo. De los tres oradores, dos han hablado del triunfo de “la roja” en el Campeonato Mundial de Fútbol de 2010, subiéndose al carro del éxito y atribuyéndose gratuitamente algunas cualidades propias de la selección española.
Todo el mundo lo hace, todos se apuntan. Así que yo también quiero felicitarme por el éxito de España en el Mundial, glosar las inmarcesibles virtudes de estos héroes humildes y llevarme yo también el gato al agua y ésta a mi molino.


Quedamos en que nuestros chicos son humildes, trabajadores, eficaces y nada chulescos, y que se quieren y se respetan, y con esa actitud triunfan en este mundo del fútbol lleno de enfermos egocéntricos. Quedamos en que son muy buenos, pero no alardean de ello.
(En el otro extremo, vi que en un entrenamiento de Portugal el impresentable CR le echaba una bronca a un compañero porque le había pasado mal el balón, y entonces se lo lanzaba él de malos modos, a dar).


Tenemos a este Míster Potato, a este Krusty sin glamour, al que echaron del Real Madrid tras ganar dos copas de Europa porque era soso (y desde entonces el Madrid no ha ganado otra), y estamos orgullosos de él. Siguió a lo suyo, tranquilo, haciendo lo que él creía que había que hacer, respondiendo a las críticas malintencionadas con señorío y con una clase superior. Y le salió bien. Y está contento, lo normal, pero tampoco es que se le note demasiado.

Aunque soy madridista, no me gusta nada CR, y no soporto a Mou. Me gusta Krusty.

-¿Y dónde está la arquitectura, a todo esto?
-Pues no sé. ¿Es que había que hablar de arquitectura?
-Ese era el trato.
-Yo creo que no había ningún trato. Pero, en fin… Vale: Lo podríamos comparar al gimnasio del Colegio Maravillas, de Alejandro de la Sota, o también al pabellón de Bruselas, de Corrales y Molezún. Creo que son dos de las obras de arquitectura menos glamurosas y menos presumidas del mundo, y de las más admirables.
-Adelante.
-No. Vamos a dejarlo por hoy. Mañana o pasado. Lo prometo.

domingo, 11 de julio de 2010

Moholy-Nagy en Madrid

El Círculo de Bellas Artes de Madrid expone una serie de fotografías, pinturas, películas y objetos de uno de los grandes artistas de las vanguardias del siglo 20, László Moholy-Nagy.


Fue profesor de la Bauhaus, con Kandinsky, Klee, Gropius y tantos otros personajes apabullantes. Es un artista colosal. Su afán de trabajar con la materia, el movimiento y la luz le llevó de la pintura y la escultura a la fotografía, al cine, a la construcción de artefactos que se movían, producían reflejos y destellos, disolvían la forma en apariencias mutantes, etc.
No pretendo extenderme, ni dar una clase, ni nada de eso. Sólo quiero señalar un detalle: Hay un momento en que el arte de vanguardia descubre la íntima relación del tiempo y del espacio, del tiempo y la forma. Para explorar esto (la mal llamada dimensión temporal del espacio), algunos como Moholy-Nagy prueban a que los objetos artísticos se muevan, lancen destellos y reflejos, de modo que el espectador vea cómo la forma espacial evoluciona en el tiempo y queda condicionada y modificada por éste.
Otros dejan las formas quietas, y hacen que sea el espectador el que las recorra, empleando tiempo, y que ese tiempo de exploración y análisis modifique la percepción de la forma. (Pongamos por ejemplo al primer Frank Lloyd Wright y a De Stijl).
Y, por fin, otros liberan al espacio de su modificación temporal, y lo aíslan en un "cromlech" mágico, intemporal y antitrágico. Lo trágico es el tiempo, no el espacio. Aislando el espacio lo salvan. (Pongamos como ejemplo a Oteiza, al Wright del Museo Guggenheim de Nueva York y al último Mies van der Rohe).
En esta apresurada evolución, Moholy está en el primer estado. A Mies no le caía muy bien. No le gustaba nada Moholy. Pero a todos nosotros nos entusiasmará. Nos vemos en Madrid, en el calorazo de julio y agosto, sintiendo el frío sobrenatural de las fotografías y artefactos de Moholy. Una maravilla, superior incluso al aire acondicionado.

sábado, 10 de julio de 2010

¿Qué es arquitectura? (y 3)

Ya os hablé el otro día de mi encantadora cliente, la Marquesa de la Casta Flor, a quien le hice un estupendo palacete en los Montes de Toledo. No discutí con ella, porque con un ser tan angelical (y tan capacitado económicamente para hacer disparates) no se puede discutir.
Hice la loggia. Faltaría más. Pero me quedé con el resquemor que os conté el otro día. La casta marquesa y yo no nos pusimos de acuerdo sobre qué era la arquitectura, y me quedé pensando y rebinando.
Y al final sigo sin saber qué es la arquitectura, pero sí sé qué cualidades valoro en un edificio, y os las voy a contar. No son cualidades coherentes unas con otras, ni de la misma categoría, ni barren la totalidad del fenómeno. Son picotazos sueltos y deshilvanados. Y a menudo hay que sacrificar alguna de esas cualidades para potenciar otra. Todo no se puede tener, y que el resultado sea un éxito o un fracaso depende de un equilibrio muy delicado.
No es una lista exhaustiva. Faltan muchas, y otras se solapan y casi se repiten. Pero no doy más de mí. Ahí va:
1.- Solidez. El edificio debe estar bien construido. Debe ser firme, y también debe resistir el calor, el frío, la humedad...
2.- Utilidad. El edificio debe ser útil, y no sólo en el sentido inmediato de la palabra: Quiero decir que para un despacho es tan útil que quepan las mesas, las sillas y los ordenadores como que tenga buena luz o dé imagen de empresa solvente. Al final, todos los edificios funcionan, pero es obvio que unos funcionan mejor que otros.
3.- Belleza. Esta, como dije el otro día, es la cualidad que causa más líos, contradicciones y errores. Yo me quedo con la definición de San Agustín que tanto citaba Mies van der Rohe: “La belleza es el resplandor de la verdad”.
En la arquitectura siempre ha habido los que piensan que la pura funcionalidad es bella de por sí y los que piensan que la pura funcionalidad y eficacia dan resultados muy fríos, y que para hacer un buen edificio hay que adornarlo, dulcificarlo, humanizarlo, y que la arquitectura está en ese plus que embellece y humaniza.
La definición agustiniana es muy sutil, porque no dice que la belleza sea la verdad, sino su resplandor. Es decir: es imprescindible que la verdad se vea, pero debe estar “resplandeciente”. Entonces es lícito el ornamento, pero para ayudar a que la verdad resplandezca, no para esconderla ni disimularla. Si nos distrae de la verdad, si la niega o la oculta, entonces el ornamento es un delito, como decía el otro famoso arquitecto Adolf Loos.
4.- Economía. El arquitecto tiene el deber moral de pensar y erigir edificios económicos, y no sólo en dinero, sino en tiempo, en ideas, en funcionalidad, en comodidad. El despilfarro no es arquitectura.
Edificios económicos no quiere decir edificios baratos.
5.- Adecuación. Esto es un corolario de lo que ya se ha dicho, y lo resume. Se conoce que hoy estoy muy cristiano, porque vuelvo a otro santo: Santo Tomás de Aquino, también muy citado por Mies, dijo que la verdad es la adecuación del intelecto a la cosa. Los edificios, como toda obra humana, deben ser adecuados al pensamiento de quien los hace, a las necesidades, al entorno, a la cultura a la que pertenecen, al costo, a la función... y ser como cristales que traban todas esas solicitaciones.
6.- Inmanencia. Es lo inherente a un ser, y no se me ha ocurrido otra palabra mejor. Me refiero a que los buenos edificios son coherentes consigo mismos, tienen una esencia inefable y se elevan como organismos inevitables, como si desde siempre hubieran tenido que ser así y estar ahí. Hasta los más aparatosos nos subyugan como la plasmación de la mente de sus creadores y magmas de la misma tierra. Esta rara cualidad la describe muy bien Gustavo Martín Garzo en su libro El Amigo de las Mujeres: “La cabaña que remitía a la tienda de lona, al toldo improvisado a la orilla del río, a los techados de los niños. A esos lugares dados en continuidad con el mundo, que tienen algo de concavidad natural, de recipiente donde habrá de contenerse la sustancia misma de la vida: los nidos de los pájaros, las guaridas donde se lleva a efecto la crianza de los animales, las pequeñas hondonadas donde se forman los charcos cuando acaba la lluvia”.
Y después de esta lista, díganme si tengo o no tengo razón. Díganme si esa estúpida loggia era arquitectura.

miércoles, 7 de julio de 2010

Sin ganas de rebelarnos

No entiendo por qué, con la que está cayendo, con la cantidad de dramas personales y colectivos que nos rodean, proliferan ahora en las televisiones los programas sobre ricachones. (Mejor dicho, sobre ricachonas).
Todo empezó con un interesante programa de La Sexta, ¿Quién vive ahí?, en el que algunas personas afortunadas nos enseñan sus magníficas casas. (Uno de ellos es mi amigo Luis Moreno).
En este programa se ven casas que están muy bien. En general son caras, pero la carestía no es su cualidad principal, ni, desde luego, el motivo por el que aparecen aquí. Cuenta más su originalidad y, sobre todo, el placer y la alegría que sienten sus habitantes. Chapó. Algunas de esas casas son "de arquitecto", de buen arquitecto. Otras no lo son, pero no por eso son de arquitectura más deleznable. Son de arquitecto sin título. En general me parecen muy interesantes. Hay algunos excesos y patinazos, pero tan sentidos y tan vividos que me parecen válidos, estupendos.
Pero de ahí la cosa ha degenerado, y, como en este mundo televisivo cuando un programa tiene más de cien espectadores en seguida lo copian, ahora hay programas de esos por todas partes. Ayer, en uno, creo que en Antena 3, vi cómo una reportera acudía a un lujosísimo piso del barrio de Chamberí de Madrid. El dueño, decorador, tenía la casa percudida de oteizas, palazuelos, almireces, armaduras, tapices, piedras, tapies, angelotes policromados, manolosvaldeses, campanas, etc. La reportera sólo sabía preguntar: "¿Y esto cuánto cuesta?". "¿Y esto cuánto cuesta?". "¿Y esto cuánto cuesta?". "¿Y esto cuánto cuesta?". "¿Y esto cuánto cuesta?". (Como dijo Machado, el necio confunde valor y precio).
La arquitectura (sus sucedáneos) tiene esa untuosa cualidad de oler a pasta, de barnizar a sus dueños con una dignidad pegajosa. Los arquitectos tenemos todavía ese sambenito glamuroso de que somos capaces de hacer ricos mausoleos amontonando el dinero de nuestros clientes. Los decoradores todavía nos ganan, pero estamos en ello.
A todo esto se une (y es a lo que iba) que nos restriegan que, en medio de la crisis, del paro y del pasmo, hay mucha gente que está podrida de passsstaaaa. Y nos quedamos viendo la tele, babeando, sin ganas de rebelarnos, sin preguntarnos nada, sin pensar y sin criticar.
Hay también un programa que se titula "mujeres ricas". Ninguna es una empresaria, ni una tiburona de las finanzas o del comercio. Son esposas de ricos. Sus maridos son los tiburones. Ellas no tienen nada que hacer, salvo ir de compras y pasar por el gimnasio y la clínica. Qué aburrimiento, qué vida de mierda. No nos ponen a sus maridos expropiando a una familia, embargando pisos, comprando y vendiendo opciones raras, de esas de muchas siglas y nombres en inglés. Ellos nos darían miedo. No. Los muy machistas de los programadores nos ponen a sus esposas idiotas, que nos dan asco y risa a partes iguales. Creo que el fin último de esos programas es que nos sintamos mejores que ellas y nos consolemos.
Y, sí, ellas también nos enseñan la estúpida arquitectura de sus casas horribles. En esas casas, todo cuesta mucho y nada vale nada.
Por favor, rebelaos.

¿Qué es arquitectura? (2)

Creo que me he equivocado con este título, y con ir dándolo por entregas. A este paso puedo llegar a “¿Qué es arquitectura? (825)” y seguiré sin haber entrado en harina. Creo que el número tres es un buen número, y ahí terminaré esta miniserie. Luego, dure lo que dure este blog, y tengan los títulos que tengan los distintos textos (perdón, entradas o posts), siempre estaremos hablando de lo mismo: de qué es la arquitectura.
He leído más definiciones. Las hay a centenares. Es agotador. Todos los arquitectos y todos los críticos han hecho alguna vez su propia definición. No pienso copiarlas aquí; no quiero soltaros ese tostón. Me quedo con la definición del DRAE que ya dije ayer: “Arquitectura: Arte de proyectar y construir edificios”. Y de esa definición voy a hablar sólo de la palabra “arte”.
Cada vez tengo más claro que lo de considerar a la arquitectura como una de las bellas artes es un error. En principio por su “utilidad utilitaria” (digámoslo así para mantener abierto el debate con Gema), y también por el concepto de “bellas artes”, hoy completamente obsoleto y empalagoso. La sola expresión “bellas artes” nos da ahora un poco de grima. Hace mucho tiempo que el arte no busca tanto la belleza como el conocimiento. (Bueno: Ese es otro charco).
Yo creo más bien que la arquitectura es un arte en el sentido en que lo es también la medicina. Se ha hablado siempre del arte de la medicina, o del arte culinario, o del arte oratorio. Entiendo el arte como maña o astucia, como técnica, como buena disposición y talento para resolver problemas y disponer mecanismos u objetos para encontrar soluciones. En el lenguaje común tener arte es tener maña y habilidad.
Aparte de eso, hay una trascendencia del arte. La pintura o la escultura, y también la poesía y la música, por ejemplo, trascienden esa definición de arte, la dejan raquítica y mezquina. Aportan algo inefable al ser humano, y le hacen mejor. Esa es su utilidad. La utilidad de la arquitectura, frente a eso, se queda en nada: en que los pasillos de los hospitales sean suficientemente anchos como para que pasen y giren las camillas.
Sin embargo, la arquitectura puede tener una funcionalidad trascendida y ser también un arte trascendido. Eso es lo que me apasiona, pero también lo que me produce más desconfianza.
Es una contradicción que no sé resolver. Lo que sí tengo claro es que cuando de la arquitectura se valora su “estética” como cosa autónoma o como valor en sí mismo, entonces hay gato encerrado. Huele a postizo, a kitsch. Un edificio es algo demasiado complejo y demasiado caro, y tiene demasiadas armaduras de acero y tuberías como para que lo que valoremos por encima de eso sea su “estética”.
Además me pregunto: “¿En qué consiste la estética de un edificio?” Creo que, principalmente, en que sus armaduras estén en su sitio y sus tuberías funcionen y no estorben.
Bueno. Ya sé que eso no es todo, y que hay mucho más que decir. Pero, amigos, esto no es ni la Encyclopedia Britannica, ni una tesis doctoral, ni una clase universitaria. Es sólo un blog y sólo pretende suscitar contradicciones y dudar en voz alta. Creo que tenemos tiempo para seguir hablando de estas cosas.

martes, 6 de julio de 2010

¿Qué es arquitectura? (1)

Cuando la Marquesa de la Casta Flor, mi distinguida cliente, me lo preguntó con algún resquemor y mala idea –dime, listo: ¿Qué es arquitectura?-, reconozco que así, al pronto, no supe qué contestarle.
Estábamos proyectando un palacio de verano en Los Montes cuando ella me exigió una loggia a la italiana, totalmente absurda e inútil en ese edificio. Entonces fue cuando le dije: “Señora, discúlpeme, pero eso no es arquitectura”. Y ella me replicó: “¿Ah, no? Pues dime, listo: ¿Qué es arquitectura?”
Me quedé descolocado. Se me vinieron a la mente varias definiciones, todas insuficientes. Le Corbusier dijo que la arquitectura era el sabio juego de los volúmenes bajo la luz. Él, que hizo una arquitectura tan sublime, definió sólo su aspecto superficial de objeto plástico, escultórico.
Mies van der Rohe dijo que la arquitectura consiste en colocar con esmero un ladrillo sobre otro. (En otra ocasión hablaré del esmero de Mies). Para mí, la condición es, como la del Corbu, también necesaria, pero tampoco suficiente. Mies reducía teóricamente la arquitectura a construcción, pero también él trascendía con sus gloriosas obras su imperfecta definición.
¡Vaya lío! ¡A ver cómo le explicaba satisfactoriamente el intríngulis a la marquesa!
Vitruvio, por su parte, daba tres condiciones para la buena arquitectura, que, así de memoria, creo que eran: firmitas, utilitas y venustas (solidez, utilidad y belleza). O a lo mejor eran bueno, bonito y barato, no recuerdo bien. La definición no está mal, pero el problema es saber qué narices es la venustas. (A mi cliente le parecía que la loggia tenía mucha; a mí, ninguna). En cualquier caso, la utilidad no es moco de pavo, (si lo pensamos bien, es esa utilidad la que diferencia a la arquitectura de las demás artes); y de esa utilidad sí que carecía, sin duda, la famosa loggia. ¿Pero entonces es censurable cualquier decoración? No, claro que no. Me temo que saliendo de un charco me había metido en otro.
Para escaquearme del problema y tranquilizar mi conciencia, acudí al Diccionario de la Real Academia, que es algo muy socorrido. “Arquitectura: Arte de proyectar y construir edificios”. “Arquitecto,ta: Persona que profesa o ejerce la arquitectura”. Pues sí que estamos bien.
Por si acaso, recordé la salida de pata de banco de no sé quién, si Marcel Duchamp, Tristan Tzara, Kurt Schwiters o uno de esos: Ante el desconcierto dadaísta acerca de qué era arte y qué no, el tautólogo cuyo nombre ahora no recuerdo dijo: “Arte es todo aquello que un artista dice que es arte”. Delicioso; pero ahora hay que preguntarse quién es artista; es decir, quién está capacitado para decirnos qué es arte.
Desarmado, carente de argumentos, le dije eso a la marquesa: “Arquitectura es lo que un arquitecto dice que es arquitectura”. Y yo, desde luego, soy arquitecto. (¿O no? ¿Basta con tener el título expedido por la universidad? Me estoy metiendo en otro charco).
Creo que perdí el primer asalto, porque la marquesa me contestó glosando a Paul Watercil sin conocerlo (mera casualidad). Me dijo: “Arquitectura es lo que el cliente dice que es arquitectura”. Y ella, por supuesto, es la cliente. Y el cliente siempre tiene razón. (¿O no?).
Prometo reflexionar más sobre el asunto y vencer a la escurridiza marquesa en el segundo asalto. Ya les contaré.
Ahora la absurda loggia mira a los Montes de Toledo proclamando el éxito de la definición de Watercil y de mi cliente.

lunes, 5 de julio de 2010

OTRO BLOG SOBRE ARQUITECTURA

OTRO BLOG SOBRE ARQUITECTURA

Pues sí. Llevo un tiempo queriendo hacerlo, pero sin querer hacerlo. ¿Otro blog? ¿Otro blog sobre arquitectura? ¿Tengo algo interesante que decir? ¿Le apetecerá a alguien leer esto?

Se conoce que cuando alguien abre un blog se debe de creer que a partir de entonces el mundo va a girar de otra manera, o que la humanidad va a ver la luz, o yo qué sé, al leer sus imprescindibles palabras. Si no, no se explica este furor. ¿Por qué hacer un blog? ¿Para qué y para quién?

No tengo ni idea.

Este blog es completamente innecesario. Leerlo es una absoluta pérdida de tiempo. Hacer algún comentario es un disparate y una locura.

Perdón por haberte hecho perder el tiempo hasta aquí. Puedes irte. Lo siento.

Y, sin embargo, creo que tengo algo que decir. No sé muy bien qué. En todo caso, quiero ofrecer una ligera resistencia, ser un poquito aguafiestas. Me gustaría dar alguna visión desmitificadora e incluso protestona.

Hay muchos blogs, muchos libros, muchas conferencias, muchas clases, de arquitectos amantes de la arquitectura, de sacerdotes que celebran el milagro de la arquitectura. Muy bien. Me sumo a ello. Pero quiero bajar de vez en cuando los pies al suelo, y hablar de cosas reales, e incluso a veces un poco triviales. Recuerdo una visita áulica que hicimos unos cuantos arquitectos terrestres a una obra celestial. Uno de los humildes visitantes, cincuentón, curtido seguramente en mil batallas ingratas, señaló que la maravillosa solución de un remate de fachada –muy fotogénico– podría dar problemas, y que deberían haber dispuesto un goterón. Sólo puedo decir que tal ser subhumano tuvo el tiempo justo de salir zumbando y logró salvar la vida.

Pues un poco de eso. Quiero celebrar la gran arquitectura. La amo. Pero para mí es aún más grande si no tiene goteras. Y ya si funciona hasta me emociono. (Ya no se habla de función, ¿verdad?).

Sí. Tengo una edad. ¿Se me nota? Y empiezo a estar cansado de algunas cosas. (Mejor dicho, llevo ya bastante tiempo cansado). Pero este blog es optimista. O quiere serlo. A mí también me gusta más Don Carnal que Doña Cuaresma. Lo que pasa es que a veces me da por quejarme.

Otra cosa: Estoy convencido de que quien sólo sabe de arquitectura no sabe de nada, ni siquiera de arquitectura. Así que, como este es un blog de arquitectura, hablaremos de música, y de cine, y de literatura, y de lo que queráis.

Si alguien ha llegado hasta aquí, me quito el sombrero que no tengo y le doy las gracias.